El herpes de Brasero

El herpes de Brasero

A Roberto Brasero, el hombre del tiempo más popular de España, le brota un herpes como el rosetón de la catedral de su Toledo natal en el bigote todas las vísperas de Semana Santa. Son los nervios que le provoca la responsabilidad de acertar con el pronóstico justo en la época más inestable del año, sabiendo que todo el país le escucha como quien escucha el Evangelio antes de tomar decisiones trascendentales: procesiones o chiringuitos; playa o montaña; maletas y escapada o sofá y mantita. Este año, las maquilladoras de la tele han tenido que camuflarle la calentura bajo capas extra de maquillaje porque la previsión ha sido especialmente ingrata, con varios frentes abiertos arruinando las ganas de anticiclón generalizado. Aun así, hay quien ha seguido con sus planes contra viento y marea, rezando para que se equivocara. No ha sido el caso. Las lágrimas de los cofrades que no pueden sacar a sus santos a la calle después de un año de espera y las caras entre el cabreo bíblico y la resignación cristiana de quienes pasean muertos de frío por las mismas playas donde, probablemente, el lunes próximo luzca un sol que raje mientras ellos vuelven a galeras acreditan que la fe quizá mueva montañas, pero no borrascas. Benditos sean. Al menos, habrán cambiado de aires.

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