Emilio Lora-Tamayo, un caballero en la vida y en la ciencia

Emilio Lora-Tamayo, un caballero en la vida y en la ciencia

El pasado viernes, Viernes Santo en la liturgia católica, falleció en Madrid a los 73 años, Emilio Lora-Tamayo D’Ocón. La fecha tiene una gran relevancia en su biografía, ya que pertenecía a la Hermandad de Jesús del Gran Poder, y es precisamente ese mismo día el más importante de su calendario.

Conocí a Emilio en 1996, cuando formé parte del equipo de coordinación de áreas del CSIC, y desde entonces he mantenido la amistad y la colaboración.

Hay dos lemas sobre los que se debe analizar su biografía, y que repetía con frecuencia: «Hay que ser dueño de tus silencios y no esclavo de tus palabras» y «Prefiero a las personas que piden permiso, y no a las que piden perdón».

Esta filosofía, y sobre todo su puesta en práctica, demostraba un profundo respeto por las personas y por la gestión correcta de lo público. De su padre, Manuel Lora-Tamayo, recibió estos principios, un ministro del Gobierno de Franco que se opuso claramente a la política duramente represiva de Camilo Alonso Vega, especialmente contra las protestas universitarias, y que coherente con esta posición forzó su dimisión.

Tras finalizar sus estudios universitarios completó su formación en el CSIC, en la Ècole Nationale Supérieure d’Aéronautique et de l’Espace (Toulouse) y en el Laboratoire d’Electronique et de l’Informatique (Grenoble), antes de la obtención del grado de Doctor en Física por la Universidad de Madrid (1977).

En 1975 obtuvo una plaza en el CSIC en el que permaneció durante diez años, hasta que el Gobierno le encomendó poner en marcha la construcción, en Barcelona, de la Sala Blanca de Micro y Nanofrabicación, con la que se pretendía mejorar notablemente las grandes infraestructuras de I+D+i.

Emilio hizo ciencia y gestión de alta calidad, algo que no suele ser habitual en los muchos científicos de prestigio. Especializado en distintos campos de la microelectrónica, fue autor de numerosas publicaciones, fue maestro de varias generaciones de universitarios y dado su perfil de varias patentes. Con ello cumplía el encargo que se le había encomendado de hacer ciencia de calidad, pero orientada a su traslación al sector productivo.

Catedrático de Microelectrónica (1988) en la UAB siguió tomando parte en la actividad del CSIC, a través del Instituto de Microelectrónica de Barcelona.

En agosto de 1996 César Nombela le ofreció la Vicepresidencia de Investigación Científica y Técnica del CSIC, en la que desarrolló una magnífica gestión racionalizando los procedimientos, especialmente los que resultaban más espinosos como la distribución de plazas mediante un complejo sistema de evaluación, que integraba edades, producción científica, o discriminación positiva de especialidades necesarias para atender a las necesidades del país. Su mandato lo culminó con una brillante gestión científica de la catástrofe del Prestige, actuación que fue tergiversada por las necesidades políticas de ciertos partidos. En 2003 se hizo cargo de la Presidencia del CSIC, en la que no tuvo tiempo de desarrollar su deseo de lograr una legislación específica que eliminase las limitaciones que le impedían competir en el complicado campo de la ciencia.

Entre 2004 y 2012 regresó a su actividad docente e investigadora en Barcelona. En enero de este último año volvió a la Presidencia del CSIC. Y como me confesó en varias ocasiones no reconocía al organismo. A lo largo de seis años fui su vicepresidente de Organización y Relaciones Institucionales y viví muy de cerca su lucha por reflotarlo. Se encontró con la pésima gestión que lo había llevado a la ruina absoluta: déficit acumulado de varios cientos de millones, irresponsable política de personal (cesiones de investigadores por compensaciones económicas inferiores a la del coste de su puesto de trabajo, permisos en organismos extranjeros sin respeto de la legalidad, compromisos económicos no consignados en los presupuestos, etc.).

Desde determinados medios políticos se desató una campaña de tergiversaciones sobre la política de personal, ignorando sus propuestas realizadas para la continuación de los contratos Ramón y Cajal, la creación de un estatuto del personal científico contratado que igualase los incentivos de promoción del funcionario. Especialmente virulentas fueron las difamaciones, que aún permanecen en la red, sobre la salida de personal funcionario, no el contratado, por las facilidades que encontraban en instituciones extranjeras y que en España no resultaban posibles legalmente.

Más ridícula aún resulta la crítica a la celebración del 75 aniversario, con un coste muy inferior y mayor rentabilidad que las realizadas en el 50 y en el innecesario 80.

A todo hizo frente sin el respaldo de la Secretaría de Estado que jugó en varios momentos a las intrigas promoviendo «frondas» de directores. A pesar de ello logró, con grandes sacrificios personales, salvar el CSIC.

Su querencia universitaria le llevó a aceptar el rectorado de la UIMP (2017-2018) del que fue cesado con métodos inquisitoriales, y el de la Universidad Camilo José Cela. En ambas instituciones realizó una magnífica gestión de la que son muestra sus resultados económicos y académicos. Durante estos desempeños seguí colaborando con él especialmente a través del Comité Permanente de Integridad Académica de la UCJC.

Sus méritos fueron reconocidos con el nombramiento de miembro de la Real Sociedad Española de Física y Química (1978), de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona (2001), Académico Correspondiente de la Real Academia Jerezana de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras (2003) y de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz (2005).

Estaba en posesión de las medallas de bronce (2001) y de plata (2004) del CSIC; y de la Encomienda de número de la Orden del Mérito Civil (2002).

Con él se ha ido un tipo de actuación en el que los méritos eran la principal razón de un reconocimiento.

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