Estado plural, estado insolidario

Estado plural, estado insolidario

Cuatro décadas después el balance renquea más de lo que se hubiera deseado. A las puertas de unas elecciones en País Vasco y Cataluña, el doble espíritu que impregnó la creación del Estado de las Autonomías, respeto a la pluralidad cultural y lingüística y compromiso de eso que se llamó solidaridad interterritorial, hoy en buena parte se ha tornado en desafío a la integridad de la nación y a sus valores constitucionales, trufado con el olvido de esa solidaridad de las Españas ricas con las menos ricas para dar paso, en los casos de las dos comunidades ahora en campaña electoral a una carrera por ver quién le succiona más dividendos políticos y económicos al estado, sin descartar el anhelo último de la independencia. Esta llamada a las urnas en Euskadi y Cataluña es tal vez la primera en la que los nacionalismos y separatismos declarados se encuentran en una posición de fuerza manifiestamente superior a la de años atrás, por eso estas no son unas elecciones cualquiera, no tanto para vascos y catalanes, como para el resto de ciudadanos del país, que sin ser llamados a votar comprueban cómo sus designios –los de la política nacional– dependen casi exclusivamente de los avatares y en muchos casos miserias de las políticas catalana o vasca.

En el caso de las vascas, no solo resulta clave la importancia de un más que previsible cambio político al menos en la correlación de fuerzas, sino la confirmación de todo un vuelco sociológico que acabará blanqueando de manera definitiva a los herederos políticos de ETA ya asumidos como otra consecuencia más de una «convulsa etapa de desencuentros pasados» por parte de las generaciones de menos de cuarenta años. Así de real y de triste. En lo relativo a las catalanas no erraríamos demasiado concediéndoles el carácter de sistémicas teniendo en cuenta que el soberanismo lleva ya más de cinco años –pero especialmente en los primeros y renqueantes pasos de esta legislatura– siendo más que determinante en las grandes decisiones de la política nacional, mal que les pese a extremeños, gallegos, murcianos o andaluces o lo que es igual, estos comicios llegan en una situación de fuerza para los no constitucionalistas impensable hasta en los más húmedos de sus sueños. 48 millones de ciudadanos pendientes de cuatro millones doscientos mil electores. Por el momento –solo por el momento– los filamentos resisten.

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