Extraer esplendor del pasado minero

Extraer esplendor del pasado minero

El poblado de Vallejo de Orbó, en Palencia, nació por la
necesidad de retener a los mineros en la Cuenca del Rubagón. Se construyó en
1838 y pertenecía a la misma empresa propietaria de las minas. Cuando el carbón
se acabó quedó completamente abandonado, pero ahora una iniciativa popular
trabaja para restaurarlo y hacerlo visitable. La diferencia de Vallejo de Orbó
con respecto a otros pequeños municipios mineros es que este no existía hasta
que la empresa extractora del carbón lo construyó para que los mineros y sus
familias tuvieran una vivienda. Llegó a ser una de las zonas más prósperas de
toda la provincia con más de 2.000 habitantes.

Los sueldos de los trabajadores eran altos, contó con el
primer y único canal navegable de la minería española y albergó el primer cine
de Palencia: el Cine Ideal. Además de las viviendas, que contaban con todas las
comodidades, se construyó una escuela, un economato, una iglesia, una farmacia
o un hospital. La localidad contaba con red de alcantarillado y fue una de las
primeras en instalar un sistema de alumbrado público en sus calles. Todo ello,
fue financiado por la empresa propietaria de las minas. “Se crea de cero. Al
principio no tenía ni consideración de municipio porque ni las calles eran de
propiedad pública, todo era de la empresa”, explicó Fernando Cuevas,
historiador y responsable del Centro de interpretación de la Minería de
Barruelo de Santullán.

El poblado debía ser autosuficiente y permanecer aislado
para que la empresa mantuviera el poder. “El sistema de funcionamiento era muy
sencillo: el obrero cedía todos sus derechos y su independencia a cambio de
recibir unos servicios públicos que eran extraordinarios. Casi nadie tenía
acceso a vivienda, educación, sanidad o agua corriente en aquella época”,
relató Cuevas. “Se creó un modelo de vivienda diferente. En Palencia la gente
estaba acostumbrada a vivir en casas grandes junto al ganado. Aquí se levantaron
bloques con entradas independientes. Cada familia tenía su espacio y supuso una
auténtica revolución”.

Sin embargo, el esplendor de Vallejo de Orbó fue efímero y
corrió la misma mala suerte que la minería. Sus caminos iban entrelazados y con
el fin del carbón, la Unión Minera del Norte, S.A. (UMINSA) anunció en 1970 el
cierre de la mina, el despido de los trabajadores y, en consecuencia, el
abandono de todas las instalaciones municipales. Eso precipitó la desolación de
la comarca, el fin del foco industrial de la provincia y su declive ante una
desintrualizacion impuesta. La población poco a poco se fue marchando hacia
zonas más fructíferas en busca de una oportunidad laboral. La maquinaría de la
mina se convirtió en chatarra y, en poco tiempo, el municipio pasó de estar
lleno de vida a ser un poblado en ruinas. Su población en la actualidad apenas
llega al centenar.

Ahora, la Asociación en Defensa del Patrimonio Industrial
(ARPI) se ha propuesto no olvidar y ha adquirido parte de los bienes con el
propósito de restaurarlos y conservarlos para que sean visitables y pueda
convertirse en motor económico más para la montaña palentina. La entidad está
conformada, en su mayoría, por los descendientes de quienes habitaron en su día
la cuenca del Rubagón y quieren mantener vivo el legado de sus antepasados. “A
veces es difícil de justificar. La gente entiende la importancia de conservar y
cuidar el patrimonio artístico y cultural pero es distinto con el industrial.
Nadie duda de la importancia de mantener, por ejemplo, una iglesia románica
pero no ocurre lo mismo con un lavadero o una antigua mina. La mayoría de la
sociedad lo considera una ruina fea”, lamentó el presidente de la asociación,
José Luis Ruiz.

Pese a todo, dicen, no se van a rendir. “Quienes lo
vivieron, no lo podrán olvidar jamás. El pozo calero fue uno de los más
peligrosos de todo el país. Solo aquellos que trabajaron en la minería saben lo
que era bajar allí a picar. Es su historia y la de sus familias”, explicó Ruiz.

Esa ha sido su motivación para convertirse de manera oficial
en los propietarios del pozo, de la bocamina de San Ignacio y de una de las
viviendas del municipio. El camino no ha sido fácil y el proceso se ha dilatado
durante varios años ya que para poder adquirir las infraestructuras primero
tuvieron que esperar a que la empresa acabara en concurso de acreedores. “Al
principio nos dijeron que era una locura pero ahora nos apoyan. La casa ya se
puede visitar y a la gente le gusta saber cómo vivían los mineros de antaño y
lo dura que era la vida de entonces”. Esto ha sido posible gracias al trabajo
de los socios de ARPI pero también al respaldo económico de algunas
administraciones como la Junta de Castilla y León, la Diputación de Palencia o
los ayuntamientos de Brañosera y Barruelo de Santullán.

Sin embargo, el trabajo no ha terminado. Su objetivo a corto
o medio plazo es conseguir financiación para poder actuar sobre el pozo Rafael
o intervenir de manera urgente sobre la iglesia ya que su tejado está a punto
de derrumbarse. “Hay infraestructuras que son imposibles de restaurar porque
están enormemente dañadas pero, al menos, estas actuaciones servirán para
prevenir posibles accidentes o derrumbes. Se evitará que sean ocupadas o
víctimas de algún tipo de acto vandálico”, remarcó el presidente de la
asociación.

De momento, tanto esfuerzo está dando los primeros frutos.
Cada año decenas de personas se desplazan hasta la zona para conocer un pasado
que, aunque doloroso por la cantidad de trabajadores que perdieron la vida en
la mina, es parte del legado de la Montaña Palentina. “Queremos crear una
imagen identitaria que sea atrayente. Vallejo de Orbó fue excepcional en su
época y esa singularidad sigue latente. No debe olvidarse nunca”, concluyó
Cuevas.

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