Franco no tapará la corrupción sanchista

Franco no tapará la corrupción sanchista

Las cortinas de humo en la vida pública son tan vetustas como la política misma. Son un manido recurso para destensar la presión en tiempos de dificultad, en los que el foco mediático e institucional deja en evidencia al responsable de turno. Hay que reconocer que este Gobierno, en concreto su aparato propagandístico con ese apabullante ejército de asesores dispuestos a controlar el debate nacional, pero sobre todo los daños y el desgaste consiguiente, ha alcanzado cotas realmente extraordinarias en las maniobras de distracción. Ha sido puesto a prueba casi desde el minuto uno hasta el presente porque ningún otro ejecutivo ha faltado a la verdad como el que preside Pedro Sánchez, ni tampoco ha vaciado de contenido la Constitución y el estado de derecho con vulneraciones de manual, falladas así por el supremo intérprete de la norma fundamental. Así que era de esperar, como rasgo distintivo de las estrategias monclovitas, la campaña de engaño y confusión como réplica a los escándalos de corrupción sistémica que afectan al sanchismo, ya sea en el Ejecutivo o en gobiernos regionales socialistas. La conducta seria y apropiada en democracia habría sido someterse al escrutinio público tanto en las Cortes como en otros foros y ofrecer las explicaciones correspondientes ante la trascendencia y el alcance de las actividades sospechosas que se les atribuyen, especialmente al presidente del Gobierno inmerso en un conflicto de intereses que, con la documentación en la mano, es poco menos que clamoroso. En lugar de un gesto de honestidad y respeto a los ciudadanos, Sánchez y el resto de portavoces del PSOE han preferido burlar el deber de rendición de cuentas, parapetarse en la negativa que no niega y armar y dirigir las cloacas para generar ruido, confusión, barro y furia. El inconveniente mayor que está lastrando la campaña de desinformación de Moncloa es que la tormenta sobre las informaciones de chanchullos y corruptelas, fraudes y contratos fantasmas, comisiones y mordidas, no amaina, sino al contrario. Los señuelos, por tanto, pierden eficacia, porque, con el viento en contra, el tiempo, en esta ocasión, no corre a favor de Sánchez, lo que obliga a poner sobre la mesa nuevos reclamos, más tinta de calamar. Y con él de por medio, no podía faltar Franco, la Guerra Civil y la Memoria Histórica. Obviamente, la disparatada decisión de Moncloa de denunciar ante la ONU y la UE las leyes de concordia de varios gobiernos autonómicos y el turbio reportaje fotográfico del presidente en el Valle de los Caídos entre restos de fallecidos durante la Guerra Civil recién aterrizado de su gira por Oriente Medio responden al enésimo intento de incendiar otro frente político y buscar un respiro. El reconocible comodín de Franco no servirá ni tapará las vergüenzas de esta izquierda acosada y extraviada. Reafirma que el régimen y la legislatura agonizan, pero sobre todo que los españoles no se merecen un gobierno atrincherado sin un mínimo de moral.

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