La charca de las salamandras

La charca de las salamandras

Así como Annie Dillard, la poetisa estadounidense, tiene un arroyo (Tinker Creek), del que extrae muchos de sus más hermosos pensamientos, imágenes y versos, yo tengo una charca. Ni siquiera es una charca permanente sino estacional: hay agua cuando llueve y se mantiene mientras las condiciones ambientales no hacen que se seque, lo que suele suceder de manera recurrente durante el año. Es difícil que alguien lo pueda considerar un lugar extraordinariamente bello o sublime, en el sentido de Edmund Burke (aquello que tiene el poder de hacernos evocar y de destruirnos), pero, en fin, no somos responsables de los espacios a los que nos une el destino. Por ejemplo, quien le iba a decir al vikingo Harald Hardrada que estaría para siempre vinculado a seis pies de tierra inglesa (donde lo enterraron con una flecha en la garganta) o a Karen Blixen que en nuestro recuerdo nunca saldría de las colinas de Ngong (que por cierto viene del masái “manantial de rinocerontes”, ahí queda).

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