La Iglesia española, ante el laberinto de su propia conversión

La Iglesia española, ante el laberinto de su propia conversión

En apenas diez años, han dejado de ir a misa regularmente dos millones de españoles, hasta situarse en ocho millones de feligreses en la actualidad. Y bajando. Lo expone Xikya Valladares, religiosa de la Pureza de María y uno de los fichajes de Francisco para el Sínodo de la Sinodalidad, esa ITV que el Papa ha puesto en marcha a nivel global para activar un «plan renove» eclesial. La monja, doctora en comunicación e influencer, pone la cuestión de la evangelización digital sobre la mesa de la asamblea preparatoria celebrada ayer en la Conferencia Episcopal, en la que se debatió un borrador de propuestas que se enviarán a Roma. Una vez allí, serán analizadas en octubre en la segunda vuelta de una cumbre universal presidida por el Sucesor de Pedro.

Ante la constatación de Xiskya de unos templos cada vez más vacíos, hay quien levanta la cabeza estupefacto. Otros ponen gesto de pesadumbre. Y alguno continúa con lo que estaba haciendo. Estas reacciones podrían trasladarse, en parte, al laberinto en el que el pontífice argentino ha introducido a la Iglesia, una apuesta que no está teniendo una acogida unánime por la tendencia que el propio Papa denuncia del «siempre se ha hecho así». Así se puso de manifiesto ante los más de 70 delegados, entre obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que participaron en la cita de ayer.

De las 69 diócesis existentes, respondieron a la consulta un total de 54 territorios. O lo que es lo mismo, un 21,7% de los obispados se han desmarcado del encargo papal. «Por distintas circunstancias, no han podido enviar su aportación y lo harán probablemente en los próximos días», justifican desde la Iglesia sobre un desapego real bien por falta de tiempo, bien por acumulación de tareas…

Uno de los coordinadores de esta aventura vaticana, el subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, el agustino Luis Marín, reconoce en conexión en directo desde el Vaticano que «hay resistencias, dificultades y obstáculos». Sin embargo, anima a los presentes a adentrarse en «un proceso de renovación profunda, orientada a vivir con coherencia». «No hay nada más revolucionario que el Espíritu Santo», deja caer, con un encargo añadido: «Dad los pasos que se puedan dar con valentía y libertad».

Lo cierto es que el borrador que nace de este sondeo para pulsar hacia dónde debe ir la Iglesia sí recoge sugerencias que exigirían no pocos cambios en la forma de trabajar de la Iglesia. Algunos van orientados a acabar con lo que el Papa define como «clericalismo», es decir, con el poder concentrado únicamente en los sacerdotes.

Así, el documento plantea consejos pastorales y económicos obligatorios, y no solo aconsejables, o lo que es lo mismo, que tanto la vida como las cuentas de las parroquias no las lleven únicamente el párroco, sino que se gestionen en equipo. «Ser corresponsables exige reparto de funciones, decisiones y acciones; hablar de servicios y tareas en lugar de cargos o responsabilidades», expone en el escrito. Esta implicación va más allá, puesto que se plantea la revisión del procedimiento de elección de obispos «con la participación de todo el Pueblo de Dios».

De la misma manera, se propone crear auditorías internas que hagan posible «la evaluación del obispo, los sacerdotes, diáconos y otros ámbitos parroquiales». En este sentido, se llega incluso a advertir de la necesidad de «revisar el ejercicio de la autoridad» para evitar «situaciones de abuso de poder o conciencia». Entre otras propuestas, se llama la atención sobre un mayor reconocimiento efectivo de la mujer a través del diaconado femenino, una posibilidad que lleva estudiándose a lo largo de este pontificado.

De la misma manera, también se apuntan otras cuestiones como una urgente reconexión con los jóvenes y no tan jóvenes a través de los sacramentos de la iniciación cristiana, así como remarcar la opción preferencial por los pobres. Esta mirada social que Francisco ha puesto en el epicentro de la Iglesia se suma a la acogida de colectivos estigmatizados como los migrantes o las personas de «distintas orientaciones sexuales».

«De poco va a servir un cambio de estructuras, si no hay un cambio personal, de cada uno», defiende Antonio Ávila, sacerdote que coordina el equipo sinodal de la Archidiócesis de Madrid, convencido de la urgencia de una transformación más profunda en el seno eclesial para verdaderamente dar un vuelco a la desconexión de la Iglesia con la sociedad y para acercarse más al Evangelio de Jesús de Nazaret. Al pedir la palabra ante la asamblea, el cura hace un llamamiento para que «los laicos no sean meros colaboradores, sino corresponsables en la misión de la Iglesia».

«Nos quedamos a nivel de objetivos, siempre estamos objetivando en lugar de practicando», añade Mercedes Herrera, responsable sinodal de Cartagena-Murcia, que considera que «seguimos describiendo conceptos y justificando necesidades, lo que hace que nos podamos quedar en ‘más de lo mismo’». En esta misma línea se expresa Enrique Alarcón, que el año pasado viajó a Roma para participar en la cumbre papal: «Nos falta empuje para impulsar más el proceso sinodal. No es un acontecimiento que ha pasado y pasamos a lo siguiente. Tenemos mucha más tarea de aquí en adelante que el que hemos hecho hasta ahora». El respaldo lo encuentra también en Juan Antonio Morquecho, coordinador sinodal de Mérida-Badajoz: «No podemos hacer esto solo como francotiradores, sino de forma comunitaria, es tarea de toda la Iglesia, de una Iglesia encarnada». Les refuerza el secretario del Equipo Sinodal de la Conferencia Episcopal Española, el sacerdote Luis Manuel Romero: «Nos falta el cómo y eso es lo que nos queda pendiente en un proceso que es largo».

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