La verdad tras la mentira de Milli Vanilli: “Fuimos cabeza de turco, no víctimas”

La verdad tras la mentira de Milli Vanilli: “Fuimos cabeza de turco, no víctimas”

Al cine, la más vanidosa de las artes, le gusta mirarse al espejo. Engañarse a sí mismo y decirse lo guapo que está. Por eso se está dando premios todo el rato. Y por eso, y por la vorágine tardocapitalista en la que vivimos atrapados vía Instagram, no hay género que defina mejor nuestro tiempo que el «biopic». Las películas basadas en vidas reales, por mucho que tengan poco de vidas y menos aún de reales, todavía nos sientan pegajosos en la butaca por una cuestión meramente egoísta: ¿dónde estabas entonces?, que se preguntaban Miguel Ríos, Manolo García y hasta Ana Pastor, si nos ponemos. Si usted sabe quiénes eran Los Fruitis, vio en la tele cómo se quebraba el Muro de Berlín y todavía asocia a Leticia Sabater a un micro para presentar y no para berrear, usted también sabe quiénes eran Milli Vanilli y recuerda exactamente cómo se enteró del escándalo.

Fab Morvan y Rob Pilatus, dos jóvenes (importante) bailarines (más importante) negros (todavía más importante) que se encontraron la Berlín discotequera más cosmopolita de los ochenta, se convirtieron en la fábula de ascenso y caída que mejor explicaría los noventa, su fama cocainómana y su final iconoclasta, en favor de famosos nihilistas que olían a porro. Como bailaban bien, pero cantaban igual que usted y yo, al productor Frank Farian no se le ocurrió otra cosa que repetir el «modus operandi» que le había llevado a petarlo con Boney M., y puso a Rob y Fav a hacer «playback» de cantantes profesionales. ¿El problema? Que ni el público o siquiera ellos sabían, muchas veces, que estaban haciendo «playback». Con sorna, algo de mala leche y mucho sentido del humor para reírse de lo ridículo por momentos del asunto, esa es la historia que prefiere contar «Milli Vanilli. Girl You Know It’s True», que se estrena el 27 de marzo en cines. Nadie se libra: ni el productor codicioso, ni los muchachos cegados por la fama, ni la Academia de los Grammy que les dio y les quitó un premio, ni las discográficas que se hicieron las tontas, todos cooperaron en el gran engaño y así lo deja claro el «biopic», que ha sido bendecido por un Morvan que visitó Madrid para entrevistarse con LA RAZÓN y presentar la película.

Víctimas, verdugos y culpa

«No quería ni ver la película, por el apego emocional que me suscita, pero es una historia tan loca que me apetecía ver cómo la contenían. Es, literalmente, increíble que haya podido ocurrir de verdad. A nadie le habían quitado un Grammy, joder. Fuimos usados como cabeza de turco cuando las discográficas se quisieron desentender del tema, como si nosotros hubiéramos dado con la arquitectura del engaño y hubiéramos hecho todo solos», explica un Morvan dolido por el trato recibido por la Prensa de la época, que les puso en el punto de mira de la ira de los fans, que llegaron a concentrarse para quemar sus discos: «Cuando haces periodismo, tienes que investigar, pintar un cuadro lo más completo posible. La ruta fácil y sensacionalista era echarnos la culpa a nosotros solos. En la tele solo se podía hablar de la Operación Tormenta del Desierto o de Milli Vanilli. Así de grande e icónico fue», recuerda el cantante (porque ahora sí canta, y muy bien, de hecho).

Quizá lo más interesante del filme, además de descubrir a toda una generación que las «fake news» son tan viejas como las «news» normales, pasa por la puesta en perspectiva del escándalo. Primero desde un punto de vista estrictamente artístico: «Nadie tiene problema ahora con que se cante con ayudas vocales, o inteligencia artificial. Nosotros, como los artistas de ahora, decidimos dejarnos usar. Fuimos herramientas»; luego, desde un punto de vista moral: «No me gusta hacerme la víctima. Asumo mi responsabilidad, pero no es justo que toda esa tarta de culpa nos la tuviéramos que comer Rob y yo, cuando hubo muchísima gente implicada. Yo soy culpable. ¿Dónde queda Frank? ¿Dónde queda la discográfica? Nosotros nos dejamos seducir por esa vida, por la fama, el dinero y las mujeres»; y, finalmente, como un amasijo de lecturas de clase y raza: «Hubo mucho racismo en cómo se explicó el tema. No éramos los dos que habían mentido sobre cantar, éramos los dos negros que habían engañado a la gente sobre cantar», confiesa elocuente Morvan.

 

Más que del pez de Michael Jackson que se llamaba como su grupo, la mitad de Milli Vanilli que queda viva (Pilatus murió por una sobredosis en plena espiral depresiva tras el escándalo) se acuerda de la primera vez que fue consciente del punto álgido de su fama: «En las navidades de 1987, le dibujé a Rob en una servilleta un diseño de vestuario loquísimo y le dije que algún día lo llevaríamos. Esa es exactamente la ropa que llevamos en nuestra primera actuación», recuerda Morvan, antes de explicar su propio método de supervivencia al infame descalabro: «Solo he llegado hasta aquí creyendo en mí mismo. Como artista y como persona. Y, como me quedé sin nada, lo primero que hice fue volver a dar clases de francés. Así me gané durante años la vida tras el escándalo. ¿Lo de Rob hubiera sido distinto de ocurrir hoy? Totalmente. Incluso el más inútil y poco talentoso de los artistas de hoy en día tiene una voz en redes sociales, podría defenderse. Si hubiéramos tenido una plataforma propia, yo creo que incluso hubiéramos vuelto como grupo. Cantando nosotros, por supuesto. No sé si más amable, pero sí vivimos en un mundo que respeta más al artista como persona que siente y respira. Nosotros nunca llegamos a entender del todo la industria, porque lo habríamos hecho todo gratis», añade.

Un éxito global

«Creo que el gran triunfo de la película es que la gente puede entender cómo nos sentíamos. Cómo nos dejamos arrastrar por la fama, pero también el dolor de todo el proceso posterior, de vernos expuestos tras ser explotados, comiéndonos la mierda de una estructura entera», reivindica el artista, que también se acuerda de su controvertido productor: «Me parece que la película le hace un retrato justo a él y a sus dinámicas de poder. Es un genio, como artista, pero como persona no creo que le pueda perdonar nunca», sentencia elegante Morvan.

[[QUOTE:PULL|||”Hubo mucho racismo en cómo se explicó el tema. No éramos los dos que habían mentido sobre cantar, éramos los dos negros que habían engañado a la gente sobre cantar”.|||Fab Morvan (Milli Vanilli)]]

Pero, ¿cómo de fiel a la verdad es el filme dirigido por Simon Verhoeven y que se enmarca en un proyecto de «revival» holístico que también incluye un documental para Paramount+ en Estados Unidos? Bastante, a tenor de las secuencias de drogas y excesos poco profesionales que no dejan en muy buen lugar al dúo dinámico. En la cresta de la ola, precisamente cuando se lanzó «Girl You Know It’s True», los Milli Vanilli consiguieron tres números uno, seis discos de platino y ser la canción más pedida a la MTV durante meses. Se pasearon por medio mundo (incluida una actuación en TVE que se incluye en la película) y mantuvieron al menos una canción en el Top 100 de Billboard durante 78 semanas seguidas, récord absoluto para unos debutantes y que les acabó reportando en una facturación de tres millones de dólares para cada uno entre 1989 y 1990.

Canónica como «biopic», pero distinta por su acercamiento a lo absurdo del engaño, «Milli Vanilli. Girl You Know It’s True» bien podría definirse como la verdad tras la gran mentira del grupo, un cuento de precaución sobre los peligros de la fama y una resaca infinita de los alocados noventa.

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