Las vacunas de Sánchez

Las vacunas de Sánchez

Hace tanto tiempo que la política española está trufada de anomalías que la sociedad vive con cierta distancia, porque alguien se ha encargado de vacunarla contra cualquier decisión política.

Solo así puede entenderse que se transija con que, mientras el candidato de Bildu rechaza la condena a los asesinos de ETA, el PSOE tenga un acuerdo de gobierno en Navarra con los abertzales o, que Puigdemont haga la campaña desde Francia porque está perseguido por la Justicia en España.

Cada vez que se ha transgredido una línea roja, ha tenido el efecto de la inoculación de una dosis de virus. La moción de censura que llevó a Sánchez al gobierno, con tan solo 89 diputados y a caballo de un pacto antinatural con independentistas, nacionalistas y podemistas, fue la primera toma.

En la política nacional, reinaba la norma no escrita de que gobernaba quien había ganado las elecciones, pero la maniobra adelantaba una nueva manera de hacer las cosas.

La incorporación de Pablo Iglesias y el resto de ministros morados, a pesar de que Sánchez había asegurado que no dormiría tranquilo con ellos en el Consejo de ministros, fue la constatación de que la palabra de Sánchez se acomodaba rápidamente a su necesidad de poder.

Pero las dosis más fuertes de vacunación vinieron con la modificación del Código Penal y la concesión de indultos a los condenados del procés. En ese momento, la sociedad española estaba preparada para asumir, sin síntomas aparentes, todo lo que vino después, como la ley de amnistía o Aragonès y Puigdemont dominando el escenario político.

Cada nuevo dislate, es una dosis de recuerdo. Después de todo lo que se está viendo y oyendo en las elecciones vascas y catalanas, nadie se sorprendería de que el PSOE permitiera gobernar a Bildu o de que Illa renunciase a la presidencia para ceder el sillón al independentismo.

El virus que se ha introducido, en dosis más o menos grandes, es el de que todo es posible si a Sánchez le hace falta. En si mismo, el planteamiento denota cierta enfermedad del sistema que, hace años, hubiese sido inadmisible para los españoles. Un buen ejemplo lo constituye el 11 M. Los ciudadanos entendieron como inaceptable que un gobierno mintiese con el objetivo de seguir ocupando el poder.

Sin embargo, tanta concentración de virus en el organismo tiene como consecuencia que, lejos de combatirlo, se ha mutado en una “nueva normalidad”.

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