María Zurita y las narices borbónicas: érase un linaje a un apéndice pegado

María Zurita y las narices borbónicas: érase un linaje a un apéndice pegado

María Zurita acaparó la atención en el reciente funeral de su primo, Fernando (Coco) Gómez-Acebo. Su majestuosa nariz había mutado a un nuevo y armonioso aspecto físico. De carácter sosegado, elegante, sin impostura y naturalmente espontánea y simpática, la prima hermana de Felipe VI ha explicado sin ambages que se ha operado para corregir una desviación no grave, pero molesta, del tabique nasal. Y de paso ha aprovechado para solucionar un problema estético, el rasgo físico heráldico y emblemático que caracteriza al rostro típicamente Borbón: la tan característica e inconfundible nariz.

Si repasamos someramente las imágenes que conservamos de sus antepasados y de sus actuales parientes (Fernando VII, Carlos IV, Leandro de Borbón, Don Juan y sus tres hijos, la infanta Elena, la princesa Leonor o Froilán, por nombrar algunos), reparamos de inmediato en el carácter común de la nariz que, casi sin excepción, comparten.

Todavía más. Al contemplar los vetustos retratos de los Austria españoles, emparentados por línea directa con los Borbón, nos asombramos ante el prominente apéndice nasal de Felipe IV y Carlos II.

Y helados de espanto nos quedamos ante las imágenes que muestran a algunos de sus más lejanos ancestros, tanto el transilvano Vlad el Empalador, como el sevillano Muhammad al Mutamid o el mongol Gengis Khan, portadores también de la inequívoca nariz borbónica.

Está clarísimo que estamos en presencia de un gen dominante, como el de los ojos oscuros sobre los azules, el pelo ondulado sobre el liso o la tendencia a engordar sobre la delgadez.

María, que es una mujer que desprende calidez y amabilidad, no ha eludido el debate que de antemano sabía que generaría. Además de explicar el proceso de su cambio estético, ha manifestado que, de haber sido consciente de las molestias que le ocasionaría el tratamiento, no lo habría hecho. La hija de la Infanta Margarita es una de esas mujeres sin belleza estridente, de expresión aparentemente neutral, tal vez algo fría y distante, pero de atractivo sabiamente dosificado y eficiente. No faltó en el funeral de Coco Gómez-Acebo y hubo quien llegó a preguntar si realmente era ella, tal fue el efecto conseguido por su cambio. Y el interrogante no se hacía esperar: ¿qué tipo de tratamiento había elegido? Incluso su frente parecía más armónica y equilibradamente integrada en el resto del rostro. ¿Rinoplastia o rinomodelación? La cuestión no es baladí.

Imprime carácter

María rompe con una tradición nasal imperturbable e inamovible en el rostro de reyes y aristócratas. Es la primera Borbón, tal vez, que toma la decisión de renunciar a su característica nariz que para lo bueno o malo imprime carácter desde que la dinastía existe, antes incluso.

Conforme a su estilo sutil, la prima de Felipe VI ha preferido dejar una duda sobre el alcance del método. Como socialité extremadamente glamurosa y discreta, adepta del lujo silencioso y discreto, se ha convertido sin quererlo en propagandista de la rinomodelación. Es menos invasivo que la rinoplastia, con la desventaja de que su praxis exige muchísima destreza por tratarse básicamente de inyecciones de ácido hialurónico extremadamente ponderadas, siempre a cargo de un profesional de reputada experiencia. Si bien el tratamiento es sustancialmente más barato que la clásica rinoplastia y debe de ser renovado cada año, abre un nuevo camino en el proceloso y no exento de peligros universo de la estética.

Con su nueva imagen, María Zurita representa lo novedoso, lo silencioso, el glamur nada chillón, la aparición inesperada después de misteriosa ausencia, el cayetanismo internacional de cuna, el misterio parcialmente desvelado. Pero entonces, ¿la nariz borbónica ha pasado a la historia?

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