Para ponerse a pensar

Para ponerse a pensar

Un jurista escribió en tiempos de la República de Weimar, al ver que los partidos eran incapaces de comunicarse entre sí y que ya solo conocían el enfrentamiento y la disputa y la bronca, que el diálogo político resultaba inabordable porque de nada sirve hablar “cuando la otra parte ha decidido su postura antes de haber comenzado la discusión”. El comentario viene a cuento porque se ajusta a lo que se está viviendo en los últimos tiempos en el Parlamento español, si es que no ocurre también en otras partes de Europa y del mundo, por no hablar de marcos más cercanos, como las autonomías o los ayuntamientos. No hay lugar para la argumentación, ya no se reconoce al adversario como interlocutor, y las Cortes han dejado de ser el lugar en el que supuestamente se pueden alcanzar acuerdos para resolver los problemas. Son solo cajas de resonancia de una cruenta batalla donde la meta, por fortuna, no es la liquidación del enemigo, sino tan solo conseguir ese voto de más que resulta necesario para sacar adelante las leyes o, simplemente, para seguir al mando. Nadie espera hoy de los diputados ni de las diputadas que se enzarcen a puñetazos, o se muerdan o escupan, así que se puede hablar de un cierto progreso, aunque la atmósfera siga siendo igual de rijosa, y también venenosa.

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