Perder la paz

Perder la paz

Como cada miércoles en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, 150 jóvenes esperan con sus ordenadores dispuestos para tomar notas sobre algún pensador de la historia de las ideas. Pero este miércoles es distinto. Subo en el ascensor que utilizó el asesino de Tomás y Valiente y, al salir, pienso en si estos estudiantes de 18 años lo saben: por este mismo ascensor huyó el asesino del autor de uno de los manuales que deben estudiar. La respuesta, claro, es que no tienen ni idea. Es ahí donde la frase “hemos perdido la paz” cobra sentido. Representa el fracaso de no haber sabido o querido fijar una memoria desde la perspectiva de la autoprotección futura, como mecanismo de ordenación de la convivencia para que jamás se vuelva a repetir lo que pasó, para saber y recordar lo que realmente ocurrió en Euskadi durante 50 años. Es este el lenguaje que yo espero de una portavoz del Gobierno en lugar de rasgarse las vestiduras cuando conviene con la típica retórica de cartón piedra de alguna verborrea derechona porque el candidato de Bildu se niegue a llamar banda terrorista a ETA y, aun así, pueda ganar.

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