Perdidos climáticos

Perdidos climáticos

Cuando la lluvia se hizo omnipresente y las aguas empezaron a subir en Porto Alegre, la capital del Estado más al sur de Brasil, hacía solo dos semanas que mi amiga había salido del hospital. Se recuperaba de una operación particularmente difícil para una mujer, la extirpación de un pecho para eliminar un tumor cancerígeno, lo que ya es entrar en territorio desconocido. Entonces las aguas empezaron a subir y subir, los bajos del edificio se inundaron, se fue la luz, el agua que sobraba fuera faltaba en los grifos. Las reservas de alimentos se acabarían en tres días, pero mi amiga ya no podía salir de casa ni pedir ayuda a sus hijos, porque el edificio estaba aislado. De repente, mi amiga se vio viviendo en una isla rodeada de agua por todos lados en una ciudad de 1,3 millones de habitantes. Unos voluntarios la sacaron de su apartamento en el tercer piso en brazos, solo con lo puesto. La llevaron a casa de uno de sus hijos, donde estuvieron apenas dos días, porque el agua también la alcanzó. Huyeron hacia la costa por carreteras con largos atascos. El domingo contaba: “Estoy en una casa extraña, con personas extrañas, en una ciudad que ya no reconozco”.

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