Soy el primero en entenderlo. Estás pasando una racha terrible, ha ocurrido eso que no te imaginabas —en el trabajo, con la pareja, otra decepción que añadir a la lista—, notas una punzada en el pecho que no cede y que probablemente sea de rabia, impotencia o desesperación. No te gusta especialmente hablar de emociones y detestas verte vulnerable, y entonces tomarte una copa parece lo natural: primero notas cierto alivio —porque el alcohol es ansiolítico y activa el circuito de la recompensa—, luego te atontas un poco y dejas de preocuparte tanto, finalmente te desinhibes y vences esa timidez que te ha bloqueado tanto en la vida. Bebiendo, compartes códigos de conducta socialmente aceptados y siempre tienes la complicidad de ese colega que te anima: “¡Pero tómate otra, hombre!”. Sin embargo, sin puritanismos ni dogmas, podemos analizar los estudios y considerar —serenamente— si beber alcohol es o no la mejor opción cuando se tienen problemas psicológicos.