Sánchez de Arabia

Sánchez de Arabia

Siempre he sentido una gran atracción por T. E. Lawrence, hasta su muerte a lomos de una motocicleta me parece el clímax para uno de los padres del siglo XX.

Sí, porque el Reino Unido, nos guste o no, modeló la realidad política y cultural de esa corta centuria que algunos historiadores acotaron entre 1918 y 1991, con sus más y sus menos, claro.

Entre las muchas cualidades del militar y arqueólogo británico destacó su capacidad para entender un entorno tan complicado como Oriente Medio desde la óptica de la Europa Occidental y ofrecerles a las tribus árabes una salida bélica para pasar de súbditos del Imperio Turco a convertirse en los dueños de la sangre que bombea el corazón del despiadado capitalismo: el petróleo.

Londres no les proporcionó la artillería que pidieron, pero a la larga les ofreció la llave con la que controlar la economía del mundo y comprar las voluntades necesarias que aplaudan la impunidad de su régimen.

No sé si me siguen, ¿verdad?, porque los obuses de la guerra de Israel contra los terroristas de Hamás no dejan escuchar el silencio atronador de la visita de nuestro presidente a las teocracias de la península arábiga. Nadie ha abierto el pico porque su misión de paz y concordia parece contentar los receptáculos de la progresía militante si el enemigo reside en Tel- Aviv.

Nadie se acuerda de que el príncipe ante el que Sánchez dobla el lomo como un criado y le ríe las gracias con sonrisas bobaliconas se le vincula directamente con el asesinato del periodista Jamal Kashoggi en Estambul.

Un disidente al que que degollaron y trocearon en una motosierra por contar las interioridades de un estado donde reina la ley coránica, se ejerce la tortura, existe la pena de muerte y los derechos de la mujer simplemente no existen porque ésta es entendida como una parte más del hogar.

Interioridades de un país como otro cualquiera, que no chirrían a nadie de un gobierno feminista, republicano, laico y de izquierdas.

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