Sr. Chinarro: “Cualquier día internet se quita la careta y se revela como un instrumento militar”

Sr. Chinarro: “Cualquier día internet se quita la careta y se revela como un instrumento militar”

Tenemos aquí uno de esos casos en los que el hombre y el grupo son la misma cosa, o casi. Vienen a la memoria otros ejemplos, como el de Pau Donés y Jarabe de Palo, o el más breve de Lichis y La Cabra Mecánica. ¿Es Sr. Chinarro, hoy, más Antonio Luque que nunca? «Hay rachas –explica–. Uno se rodea siempre de compañeros, porque yo no sé tocar la batería ni puedo tocar el bajo y la guitarra al mismo tiempo. Sr. Chinarro está registrado a mi nombre en la oficina de patentes y marcas. ¿La sangre es mía? Yo soy el que hace que ocurra. Hago los bocetos y busco a los músicos. Visto así, [Sr. Chinarro] soy yo, pero cada disco y cada época de Chinarro está claramente influenciada, por no decir determinada, por la gente que me acompañó o me acompaña».

Le señalo que en su entrada de Wikipedia se detienen en el 2009, y le animo a que me hable de esos tres lustros en los que Sr. Chinarro, a pesar de haber publicado nueve discos de estudio, no ha hecho nada, según la mayor enciclopedia virtual. «Sí, es curioso. No lo había pensado. Ahora que lo dices… no sé. Chinarro no ha desaparecido. Es verdad que la época que va desde “Fuego amigo” (2005) hasta “Ronroneando” (2008) es cuando mejor nos fue de público y conciertos, y que tuvimos más atención en los medios. Luego salió “Presidente”, que tampoco fue mal. Todavía tocábamos en festivales, antes de que estos cambiaran el rumbo hacia el entretenimiento masivo. No sé quién actualizaba esa página de Wikipedia, yo no era. Y no creo que fuera nadie de Mushroom Pillow [sello discográfico], porque entonces habrían seguido. Recuerdo –prosigue– que algunas personas me decían “tienes entrada en Wikipedia”, como si fuera una especie de premio… Pero es como todas las cosas de internet, algo un poco irreal. Cualquier día internet se quita la careta y se revela como lo que realmente ha sido siempre, un instrumento militar». Su nuevo disco lleva un nombre corrosivo, «Cal viva».

[[QUOTE:PULL|||”El sueño indie duró un año o dos. Lo que tardaron las multinacionales en reaccionar”|||Sr. Chinarro]]

¿Qué ofrece de novedoso, más allá del pop de autor, respecto a sus anteriores trabajos? «Están los temas que trato siempre, e incluso hay alguna canción de amor. Lo que pasa es que ese es un asunto que me da un poco de pudor. Y aunque tampoco tienen que ser todas las canciones de amor, tengo comprobado que en la música pop, en general, ese es el tema que más llega a la gente. Y el desamor todavía más, porque todo el mundo tiene un dolor más o menos reciente. Musicalmente –añade– me he adentrado en terrenos un poco inexplorados, como el soul, gracias a los músicos que me han ayudado. El punto de partida de varias canciones es nuevo, aunque luego las canto con mis letras y suena todo más a Chinarro».

Le pregunto a un músico que siempre ha sido independiente qué valor tiene hoy día la palabra indie, que tantísimo moló en su día. La respuesta llega tras un largo silencio: «Nadie es independiente del dinero. Todo funciona según las leyes del capitalismo: el dinero hace el dinero, y demás. Pero los jóvenes siempre intentan cambiar las reglas del juego. Y en aquella época se intentó hacer un circuito de música, conciertos, bares, fanzines, revistas, que no estuviera controlado por las tres o cuatro multinacionales del mundo discográfico, sin cuya ayuda era imposible hacer nada a finales de los 80 y primeros 90. De algún modo se consiguió, pero tampoco mucho. Mi compañero de generación que más sonó y que más tocó fue porque entró en RCA, una multinacional. Estoy hablando de Jota, de Los Planetas. Y rápidamente salieron distintos subsellos y pillaron los proyectos que eran más comerciales. El dinero buscando el modo de hacer dinero… O sea –asevera–, que, realmente, el sueño indie duró un año o dos. Lo que tardaron las multinacionales en reaccionar y en llevarse a distintos artistas. Ahí se acabó el indie. Y recordemos cuando a Los Planetas les tacharon de Los 40 Principales lo de los “cuatro millones de rayas” [de la canción “Un buen día”], que era, justamente, la frase que la gente quería escuchar. Porque la gracia de las canciones de aquella época de Los Planetas –concluye– es que se atrevieron a hablar de drogas. Era difícil escuchar mensajes así en la música española, cuando había mucha gente drogándose».

[[QUOTE:PULL|||”Nadie es independiente del dinero. Todo funciona según las leyes del capitalismo”|||Sr. Chinarro]]

Él no tuvo ese problema: «A mí, directamente, las “multis” no me querían ni ver, porque me veían en la sala Maravillas, te hablo de aquellos primeros años del indie, y decían “uy, a este tío no le metemos en cintura de ninguna manera”. Hubo una época –revela–, después de “Fuego amigo”, que quizá podría haber entrado en Universal, o eso entendí yo. Pero es que ni me lo pensé: me fui a Mushroom Pillow porque no me gusta tener que discutir mucho con nadie».

Como creador, ¿qué tal lleva Antonio Luque la corrección política reinante y el que revisen obras artísticas del pasado con los ojos del presente? «Pues es totalmente absurdo porque, precisamente, mirando a las obras del pasado podemos ver cómo evolucionamos. Si vamos cambiando el pasado, perdemos toda perspectiva histórica. Pero esto no es nuevo: los cuentos de Andersen ya fueron dulcificados en su día, porque no sé qué cuento era en el que había cosas de canibalismo y los niños se asustaban. Y con el reguetón la gente está escuchando canciones más machistas que nunca, cuando Loquillo todavía tiene que dar explicaciones por “La mataré”… Yo sólo me he autocensurado al escribir en Twitter –confiesa–, porque para que me caiga un chorreo y hacer entretenidas las redes sociales a cambio de nada…».

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El dogal de Ian Curtis y mi aliento libre

Por Javier Menéndez Flores

Los milagros no tienen por qué revelarse como una escena henchida de efectos especiales que activa una explosión de asombro: un mar cuyas aguas se separan para formar un sendero; una lluvia de alimentos; un muerto que recibe una orden inasumible y se pone en pie. A veces, el prodigio consiste en llegar a un sitio que no estaba previsto. Vivir de la música, por ejemplo, cuando lo normal es que eso sólo les ocurra a otros a los que tanto amaste y a quienes les debes el haberte lanzado de un avión sin más paracaídas que el amor absoluto hacia un intangible.

Hay voces que anticipan lo que viene, así el grito que abole el silencio o el murmullo inexplicable en medio de la barahúnda. La de Antonio/Chinarro no, pues es mansa como una lluvia indecisa y lleva el rugido en las entrañas: «A lo lejos pasan avionetas, / son publicitarias o de metralletas. / Para el caso es lo mismo, / tengo bien claro mi espejismo». O: «Llegó la luz al salón y vi tu sujetador, / y en cada pezón una llamada a la acción. / Me callaste la boca, dijiste te toca: míster don de lenguas, demuéstralo». Y de ese modo, cantando lo que sucede en el pozo sin fondo de la imaginación o acerca de esa calderilla que toda biografía va acumulando en los bolsillos, nos hemos zampado treinta y tantos años, señor Luque.

Existe un don llamado ironía que puede ejecutarse sin descomponer la sonrisa. Son tan solo palabras que se ensamblan como piezas de Lego y que bordean la literalidad, esa grosera. Y qué mejor arma que una canción bien afilada, que penetra en la carne a una velocidad mayor que la de una bala y si te mata lo hace de placer o de nostalgia.

Las frases hechas («no sé qué, no sé cuántos») pueden ocultar metáforas cuyo fuego tiñe de rojo el paladar y engendrar rarezas tales como informes para barcos vikingos y burros que vuelan (a ras del subsuelo). La vida va más deprisa que nosotros, que aplazamos deberes en la insensata creencia de que somos quienes portamos el cetro. Y aunque el paso del tiempo se manifiesta despoblando las azoteas o coloreándolas de blanco, nos obsequia a cambio con el botín de la experiencia y nos entrena en el desolado arte de los adioses.

En el sevillano Polígono de San Pablo, aquel Bronx talla XS, había que dormir con los ojos bien abiertos y esquivar naranjas asesinas. Y un rosco en gimnasia siempre, porque el potro ni con sangre entraba (y el suelo, ay, estaba alfombrado de alfileres). Quizá venga de ahí esa afición al vino de la melancolía, esa tristeza porque sí que no sólo sucede en domingo. Y puestos a blasfemar, maldito sea mil veces aquel aceite de colza que os dejó caninos. Menos mal que tenías el flotador de Nino Bravo y el funky de aquellos discos loquísimos de «La gran Premier». Hasta que la magia superlativa brotó de la chistera de Radio Futura y The Cure (los Smiths merecen un artículo aparte).

Jugaba Enrique Morente a los dados en compañía de lagartijas y estiraba la pureza como si fuera un chicle, pero para eso hay que saber latín y griego en la lengua inmortal del genio. Y por mucho que le des la espalda al muchacho que fuiste, Antonio, no conseguirás huir de Ian Curtis y su sobredosis de Kafka y de Ezra Pound; del odio impreso en su chaqueta verde sin esperanza y de esas letras capaces de deprimir a la misma angustia. No ha habido un siniestro total como el que ofrecían sus piernas sin vida bailando en el aire de esa habitación con una ventana en la esquina, allí donde aseguró haberse enfrentado a la Verdad.

Si te concedieran un deseo –a ti, monje con una caja de caudales en un calcetín– pedirías ser como Diógenes el Cínico, que habitaba un tonel y sólo necesitaba el sol y no la sombra intolerable de un emperador. Lástima lo de ser heterótrofo y tener que nutrirse de otros seres sufrientes.

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