Un respeto

Un respeto

Natalia es cada vez más descreída. Del mundo en general (el escepticismo es uno de los más notables rasgos de inteligencia) pero sobre todo de la política. O de la forma en que gestionan el poder los que se dedican a la política.

Ahora asiste no sin cierto asombro a la puesta en marcha de sendas comisiones parlamentarias de investigación cuyo planteamiento le recuerda aquella copla carnavalera de Cádiz, que hablaba de un procurador que lo que procuró es que le pagaran; en este caso, las comisiones de investigación parecen destinadas a investigar sobre qué se investiga, con la generosa y plausible voluntad de perjudicar más al contrario. No se arroja luz, sino basura; no se busca desvelar la verdad, sino enterrarla. Recuerda esa frase tan sobada y de difícil atribución (unos dicen que Churchill, que es muy socorrido para eso de las citas, otros que Napoleón, que está de moda y también esculpió toneladas de frases lapidarias) de que si quieres que algo no se sepa crea una comisión de investigación.

En este tiempo político en que los partidos, sobre todo los importantes, actúan con la asombrosa impudicia de los dioses intocables, no debería extrañarle que los creadores de las comisiones espectáculo en el Congreso y el Senado no tengan siquiera la decencia de aparentar que su fin no es otro que darle leña al mono enemigo. Pero le asombra, claro que le asombra a Natalia semejante falta de consideración hacia el personal. La misma que estimula al gobierno a seguir sosteniendo que lo de la amnistía es una generosa y valiente operación de concordia y solidaridad pese al afán de sus amiguetes indepes por evidenciar un día si y otro también que no es sino el precio de su apoyo, para el que la subasta va en aumento cada día, en imparable progresión geométrica. Pero ahí siguen. La constatación fehaciente de la falsedad no les disuade de proclamarla. Es como quien siembra en un erial: algo caerá. Y si no, no pasa nada.

Esa inexistencia total de respeto al criterio propio y la capacidad de análisis del público en general irrita de verdad a Natalia. Y sabe que no es la única, porque lo comenta con amigas, lo escucha en la radio, lo ve en la tele.

Es una falta de respeto que se forme una comisión para investigar los chanchullos de Koldo, el lugarteniente oficioso de Ábalos, y los socialistas obvien al ex ministro. A ver, si la trama parte de su hombre de máxima confianza, si le mandaron al grupo mixto de una patada, si le presionaron hasta hacerlo sangrar para que se fuera del partido y se escondiera para siempre, ¿cómo es posible que no consideren pertinente que comparezca en la comisión? Tampoco a los nombres principales de la trama, como el mediador Aldama o el hermano de Koldo. No lo entiende Natalia. Ni lo entiende casi nadie. Es como si un magistrado decide prescindir de los testigos principales de un crimen. De suceder algo así, el tal juez sería considerado insolvente o prevaricador. Como poco. Sí se llama, en cambio, a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Muy propio. Natalia concluye que se trata de tapar por un lado y enmerdar por otro. ¿Qué miedo habrá de que hable el ex socialista o los actores principales de la tragicomedia? ¿Qué ventaja en que lo haga Ayuso? No llamarán a su novio, lo cual es un detalle. O no. En el Senado, el PP propone a varias ex ministras y a miembros del gobierno actual. Solicita también más información sobre Begoña Gómez y sus negocios fronterizos con decisiones de poder. Pero no la llamará a ella a declarar, lo cual es otro detalle. O no.

La irritación de Natalia, su descreimiento creciente, cobra bríos con esa otra evidencia, nítidamente reveladora de que aquí se trata de todo menos de investigar, de que ni el PSOE en el Congreso ni el PP en el Senado van a llamar al jefe del adversario ni a la pareja supuestamente aprovechada. Los populares no proponen a Sánchez como declarante ni los socialistas a Feijóo, y éstos no consideran necesario que declare la pareja de Ayuso ni aquéllos que lo haga la mujer del jefe del gobierno. O sea, vamos a tirarnos porquería pero no a vaciar el cubo, no sea que terminemos fastidiándonos de verdad. Porque es eso. Estima Natalia que la razón de ese acuerdo evidenciado en las listas incompletas no es rebajar la tensión verbal en la que llevamos semanas… meses. No. El motivo más bien parece evitar que pistolas y cuchillos hieran mortalmente a los partidos donde más les duele: en las casas particulares de sus líderes. Machaquémonos, pero a los nuestros no los toquemos.

En el fondo, es otra vuelta más en la rueda del desprecio a los votantes, a la ciudadanía, por tanto. Otro martillazo que refuerza el desánimo y el descreimiento. Natalia recuerda aquello que en una ocasión le dijo un amigo: que se cansen ellos. Pero se malicia que ellos son realmente incansables, que la ambición y el gozo del poder deben ser tan poderosos como para armar ante cualquier temporal. Que quien se cansa antes es el personal que asiste cada vez menos sorprendido y más harto al espectáculo de una política que además de ignorarlo lo considera bobo.

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