Sólo el fútbol puede acabar con el racismo en el fútbol

Sólo el fútbol puede acabar con el racismo en el fútbol

No sé si todos somos Cheikh Sarr pero, desde luego, yo sí. Servidor hubiera reaccionado de la misma manera que el portero del Majadahonda si me llaman «¡puto mono!» y «¡negro de mierda!» Como mínimo, habría agarrado por la pechera al energúmeno racista del Sestao. Y si fuera compañero suyo hubiera tomado las de Villadiego como hicieron los futbolistas del equipo madrileño de Primera Federación. Meterse con alguien por el color de su piel es una de las más repugnantes bajezas, si no la mayor, que uno pueda imaginar. Y más lamentable aún que el salvaje acto en sí fue la respuesta de las autoridades deportivas que, cual borricos de carga, decidieron aplicar el reglamento a machamartillo dando el choque por perdido al conjunto madrileño por largarse del terreno de juego y suspendiendo dos partidos al guardameta senegalés. Tan cierto es que cerraron dos jornadas el estadio del Sestao como que cuando mides por el mismo rasero a victimarios y a víctimas acabas lanzando un tan peligroso como contradictorio aviso a navegantes.

Mal camino éste de castigar a alguien que se defiende del racismo porque algunos, la Federación y el Consejo Superior de Deportes, no han hecho los deberes. Paradójicamente, a veces en la vida para impartir justicia hay que ser parcial o hacer la vista gorda. Cuando te vomitan injurias por el tono de tu tez o por tu raza, que viene a ser lo mismo, dispones de dos alternativas: encararte con el desalmado o tirar de raciocinio. Ciertamente, esta última opción es la más complicada por razones obvias, llamarte «¡negro!» y/o «¡mono!» es una provocación nivel dios. Uno de los grandes gentleman de nuestro fútbol, mi buen amigo Quique Sánchez Flores, le echó hectolitros de sangre fría a un lance similar con aficionados del Getafe. El anormal de turno pensaba que le ofendía cuando le espetó «¡gitano!» Pero resulta que el entrenador del Sevilla es medio calé, su madre es Carmen Flores y su tía la diosa Lola, y optó por dar una auténtica lección ética y estética a esta chusma: «Estoy absolutamente orgulloso de que cada poro de mis venas pueda respirar gitano».

Lo del ejemplar Vinicius, aguanta lo inaguantable, es ciertamente exasperante. Ya no hay prácticamente campo en España que visite el Madrid en el que no le digan de todo y por su orden por ser negro. Una espiral ciertamente preocupante porque España jamás fue un país racista o, al menos, no tan racista como cualquiera de los países del norte, empezando por el Reino Unido, terminando por la Alemania del Holocausto y pasando por una Francia que no fue precisamente un ejemplo de colonización ni lo es de integración aunque, eso sí, el miércoles nos generaron una sana envidia democrática al detener a dos hooligans del Barça por hacer el saludo nazi. Con pellizcos de monja, con relativismo y con miedito a las hinchadas no se resuelve un drama que de ir a más acabará generando una sociedad peor ética y moralmente que la que heredamos de nuestros padres y abuelos.

Para erradicar el racismo en la sociedad en general ya está el Código Penal pero el deporte y el fútbol en particular necesitan poner su granito de arena. Y eso pasa por suspender partidos de los grandes y quitar puntos a los equipos cuyas aficiones se metan con un jugador por el color de piel que la biología le asignó. Las leyes son razonablemente duras pero hay que aplicarlas sin excepciones. Simple cuestión de humanidad. Se acabó el tiempo de los paños calientes, es hora de pasar a la acción. ¡Basta ya de racismo!

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