Venga, que era una broma. ¿Se ríen los mapaches?

Venga, que era una broma. ¿Se ríen los mapaches?

Era martes, a dos días del de entrega de un texto en el que se suponía que estaba trabajando. De hecho, estaba sentada al ordenador, en la mesa en la que escribo, que es la misma en la que como, porque si María Moliner pudo hacerse un diccionario en su sala no veo qué puede impedirme a mí escribir entre charcos de azúcar. Aunque María Moliner no tenía redes sociales. Y sí una determinación que se ve que a mí me falta. No tardo en minimizar el documento y sucumbir a la luz palpitante de los mensajes de texto. Es mi amigo Luis, que me envía un fragmento de algo que está leyendo. Le digo que tengo que sacar adelante un artículo, pero que estoy atascada. “Prueba a escribir algo muy alejado de tus intereses”, me dice, sabedor de que empezar a escribir es ya escribir. “Sobre los mapaches, por ejemplo”. Al instante, reconozco el marco de nuestra conversación y sucumbo al placer de dejarnos ir en ocurrencias humorísticas sobre los mapaches. Media hora de “más listos que los gatos, aunque menos regios”, “el aguardiente de los mamíferos”, “el lumpen del reino animal”, “glotones, payasos, libres, claramente iletrados” y cosas por el estilo que nos sacan una sonrisa y relajan, por un momento, las exigencias de unas vidas a las que, normalmente, tenemos la sensación de llegar siempre tarde.

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