Veta La Palma: el gran humedal de la guarda para las aves de Doñana

Veta La Palma: el gran humedal de la guarda para las aves de Doñana

«Esta isla te traga, un día estás y al otro desaparece». La frase de «La Isla Mínima», el filme de Alberto Rodríguez, condensa y define un enclave natural a escasos tres cuartos de hora de la misma Giralda de Sevilla, en las entrañas mismas de la provincia hispalense, y que pudiera parecer, según el instante y el escenario, alternativamente, incluso a la vez y sin necesidad de caer en contradicción, una postal de otro tiempo y/o de otro territorio. Pasada La Puebla del Río, con su Dehesa de Arriba y su Dehesa de Abajo, los arrozales, después Isla Mayor, el Poblado de Alfonso XIII y la llamada Isla Mínima o Isla Menor, se halla la finca de Veta La Palma, un enclave que conforma un archipiélago, con vistas al Guadalquivir a un lado y Doñana al otro. Desde el enclave se puede otear la Sierra de Grazalema, ver la ribera del Guadalquivir, apreciar las Dunas de Doñana y permanecer a una decena de kilómetros de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Las puertas del Parque Natural y al mismo tiempo las lagunas «de la guarda» para las aves que, sobre todo en estos años de sequía extrema, siempre han tenido en esta zona garantizado el sustento hídrico. Las escrituras de la Finca Veta La Palma, que se conformó como piscifactoría y derivó al mismo tiempo en reserva natural, desde diciembre del pasado año están registradas a nombre de la Junta de Andalucía, en una compraventa financiada en parte con fondos europeos y propios. «Doñana es un paraíso que está en Andalucía pero no es nuestro, es del mundo», expuso el presidente andaluz, Juanma Moreno.

La Finca Veta La Palma, como el enclave, es «como una isla», relata el hasta ahora gestor del enclave Ricardo Araque, dentro del que está considerado como «el humedal más importante de Europa». Aquí, «los pájaros van y vienen». «Los invernantes están yéndose ahora» pero el enclave viene jugando un papel esencial en el ecosistema de Doñana como posada y morada para las aves, más aún cuando en las entrañas de Doñana no ha habido agua hasta que las últimas lluvias de primavera han venido a aliviar una situación que afectaba también a la ganadería, con los animales dañados por las enfermedades que transmiten las aguas estancadas cuando no están limpias y regeneradas.

Donde –hasta el Covid– se «cultivaban» lubinas y después de la pandemia se mantuvo el camarón y los albures, subsisten las aves, que se alimentan del 95% de lo criado en las aguas. Los canales proyectados para las piscifactorías convirtieron la zona en un ecosistema propio de humedales permanentes, a diferencias de los de Doñana. Los canales reinundan la finca y sube el número de pájaros en un equilibrio complicado de encontrar en el mundo entre aguas dulces y saladas.

La hidráulica de las balsas de arroz, de modo intuitivo en la zona, salvó a las aves. Flamencos y cigüeñas habitan el enclave. «Los árboles están cuajados», relatan en el autobús 4×4 para visitar Doñana. Fue un proceso «innovador» e «intuitivo». «Sabíamos del arroz» y «del bombeo de canales de riego por gravedad, fruto de la experiencia de los marismeños». Las balsas de arroz salvaron a las aves. Los peces de la piscifactoría, ya con la propiedad de la Junta, se mantienen en su mayor parte «para que se lo coman las aves». Más recientemente, un mes aproximadamente, se ha vuelto a la industria local para que se mantenga la pesca del camarón. Apenas un 5% para los trabajadores del pueblo, concentrados «en cuatro o cinco empresas». El 95% restante siempre fue y sigue siendo para los pájaros. Se trata del «aprovechamiento de los recursos con gente del pueblo». De 1995 a 2020, se generaron 1.200 toneladas en la piscifactoría. El año pasado fueron aproximadamente 300 toneladas.

La negociación con la Junta ha durado más de dos años, relató Araque. «Esto no es comprarse un piso en Los Bermejales». Además, al haber fondos europeos, cada fleco es más complicado. En definitiva, ha sido un proceso «largo y tedioso». Un cartel señala en la entrada la inversión de 46 millones para la conservación, que equivale al montante de la UE. El resto hasta casi 73 millones los ha sufragado la Junta. Juanma Moreno habló de una visita «muy esperada y ansiada», la de Veta La Palma, al tratarse de «un proyecto que se venía rumiando desde hace años». Veta La Palma equivale a 15.000 campos de fútbol, 7.600 hectáreas. De ellas, el equivalente a 7.000 terrenos de balompié están llenos de agua siempre. Esto quiere decir que cuando no haya recursos hídricos en Doñana, los pájaros del entorno tendrán garantizada su salvaguarda. Se trata de agua salobre. Si el mar está en 35 –«Lo ideal para cocer marisco»–, en Veta La Palma está en 10-12-14. El mar y el agua del río chocan produciéndose una fricción entre agua dulce, de la concesión de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, y salada. Hay 300 kilómetros de canales. Las lagunas se reparten por sectores, de la A a la F, señala Ricardo Araque. «La biodiversidad de Doñana se engrandece para el futuro», defendió el presidente andaluz, quien resaltó también que en unas recientes jornadas el director de las Tablas de Daimiel, Carlos Antonio Ruiz de la Hermosa, señaló que la compra de Veta La Palma «es la acción más importante desarrollada en España en defensa de los humedales».

El director del Espacio Natural de Doñana, Juan Pedro Castellano, señaló que Veta La Palma actúa de «punto de refugio» para las aves y de acción de «shock» en momentos de graves crisis sin agua como las recientes. En la parte sur, por acumulación del río, las aguas son saladas y se asemeja al Odiel. El resto «puede ser más importante» biológicamente, con la marisma «no transformada» por el hombre. La marisma «se parece más al Parque Nacional, señaló Castellano. «El reto ahora no es criar lubinas sino mantener la diversidad».

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