Aquel “Madrid huele a ajo” atribuido a Victoria Beckham hace un par de décadas ofendió a mucha gente, casi siempre por los motivos incorrectos. Es una lástima, por ejemplo, que no sirviera para desencadenar un debate sobre los aromas que caracterizan a nuestras ciudades. Quizá porque el olfato es, de todos los sentidos, el que ha soportado peor fama. Platón consideraba que provoca unos placeres menos elevados que el gusto o el oído, y Kant lo tildó de engañoso y superfluo. Y, sin embargo, posee un intenso poder de evocación.