¿Contra Sánchez se vive mejor?

¿Contra Sánchez se vive mejor?

¿En qué momento y por qué el sanchismo se comió al socialismo…y el antisanchismo, a toda la oposición? «Contra Franco vivíamos mejor»… solía decirse cuando la unidad de la lucha antifranquista empezó a resquebrajarse. O, mejor, a evidenciar unas goteras y divisiones que ya existían antes, pero tapadas por la épica. Probablemente porque ser simplemente antifranquista era y es más fácil que ser complejamente demócrata.

Hay que remontarse a Felipe González para encontrar a otro líder socialista más capaz de tener a todo su partido y su país metido en un puño. El suyo. Sin embargo el sanchismo difiere del felipismo en que si el primero fue, durante muchos años, una fuerza abrumadoramente vertebradora y modernizadora, y sólo al final se hundió en un remolino de contradicciones y corrupciones inasumibles, Pedro Sánchez cabalga desde el principio un Dragon Khan endiablado.

Bajo Sánchez se han cronificado la inestabilidad, la imprevisibilidad y hasta la banalidad de la política. Y del poder judicial. Y de las presiones a los medios de comunicación entendidas como progresista cosa fina. Pero entonces, ¿cómo se entiende que la oposición antisanchista no acabe de dar con los votos, con los escaños y con la tecla? Los cinco días que transcurren entre la carta del presidente a la ciudadanía y su comparecencia han sido un bochorno colectivo en muchos sentidos. España no se veía en otra desde que, conteniendo el aliento, todo el mundo miraba hacia la famosa lucecita del Pardo. ¿Se acuerdan los más viejos del lugar? ¿Lo han leído los menos viejos en algún sitio?

Seamos serios, si un solo hombre, y un hombre como Pedro Sánchez, puede parar toda la normalidad democrática de un país entero así, y al final no pasa nada, es que algo están haciendo mal todos los que se le oponen. Todos.

¿Y si parte del problema fuera ese infantilismo con que algunos plantean que hay que parar a Sánchez «como sea», sin darle muchas vueltas a lo que «lo que sea» pueda ser? No basta con llenar las calles a favor y en contra. No basta con esperar a que los gobiernos que no te gustan caigan como fruta madura. No basta con esperar a secas. Urge tener proyectos, credibilidad, matices. Urge creer en algo y saber cómo hacer creer en ello a los demás.

De lo contrario, va a resultar o a parecer que aquí el único que sabe a dónde va y lo que quiere es Sánchez, y todo lo demás, todos los demás, van a remolque. Que eso y no otra cosa se ha visualizado estos cinco días. La campaña electoral catalana literalmente se paralizó a la espera de la decisión del presidente del gobierno de España. Las encuestas que han llegado a tiempo a registrar el fenómeno apuntan un aumento de los apoyos al candidato socialista, Salvador Illa. Lógico, si lo piensas. Si el PSC se enfrentaba al fantasma de la abstención, precisamente por el descontento que entre una parte no menor de sus votantes de toda la vida suscitan las contradicciones y los «donde dije digo, digo Diego», de Pedro Sánchez, ahora tienen la oportunidad de ir a votar, no con la nariz tapada, sino con las dudas anestesiadas. ¿Hay algo más dulce en el mundo que «parar como sea a la ultraderecha», sea eso lo que sea?

De confirmarse estos pronósticos, conviene darle una vuelta a todo lo que ha pasado y sacar conclusiones. Conviene no dejar caer nada en saco roto y prestar cuidadosa atención, tanto al mensaje de los votantes como, ya puestos, a las palabras del mismo presidente. Hay un punto de coincidencia entre una cosa y la otra, y es que a lo mejor la gente, una mayoría de ella, está harta de pim-pam-pum estéril. La ciudadanía quiere soluciones a sus problemas, no una eterna invitación a la confrontación si esta al final siempre queda en tablas.

Pasó en Cataluña después de los sucesos de 2017: si Inés Arrimadas gana las elecciones y después se va, y no cambia absolutamente nada, mucha gente se siente abandonada, se siente huérfana. Mucha gente, por cierto, que en su día a día laboral, social, familiar y personal ha sufrido y sigue sufriendo ataques mucho más dolorosos y dañinos que los que haya podido sufrir ningún presidente del gobierno o su consorte. Aunque sólo sea porque no tienen medios ni remotamente homologables para defenderse de ellos.

Como dice Sánchez, aunque él lo pueda decir de boquilla, la limpieza y la nobleza (también la eficacia) de la política no son asunto menor, porque de ellas depende el día a día y la calidad de vida de muchas personas. Pongamos todos de nuestra parte, arrimemos todos el hombro, pero no «como sea». Es importante hacerlo bien, sin desfallecimientos éticos, sin atajos, sin largas cambiadas y sin perder el contacto con la realidad. ¿Que los votantes se equivocan a veces al dar o quitar su confianza? Puede. Pero nunca tanto como aquellos que les dejan sin nada en qué confiar.

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