David Otero: «Con El Canto del Loco tocaba en estadios y ahora lucho por llenar una sala»

David Otero: «Con El Canto del Loco tocaba en estadios y ahora lucho por llenar una sala»

Desde que hace ya 14 años El Canto del Loco echara el cierre, la vida de David Otero (Madrid, 1980) ha sido un rocanrol constante, un no parar: «Mi actual estatus artístico me obliga a funcionar y a tener todo tipo de formatos –explica–. Tengo mogollón de conciertos este verano. Muchos los hago acústicos, participo en festivales, hago bolos de pueblo, conciertos a taquilla, de todo». El título de su nuevo disco, «Inteligencia natural», que saldrá en septiembre, aunque ya hay un par de canciones disponibles en plataformas digitales, suena a grito de rebeldía. A un volvamos a la esencia, a la piel, en estos tiempos de dictadura digital. Asiente: «Tengo una utopía, y es que dentro de poco vengan una especie de veganos de la tecnología, unos neohippies, que nos den en la cara y nos digan “basta ya, dejadnos de tanta mierda. Vamos a mirar al sol y a conectar con la tierra y a plantar berenjenas”. Yo soy nativo digital. Mis primeros recuerdos son con una videoconsola, y soy “gamer”. Lo que más he hecho en mi vida es jugar a videojuegos, mucho más que hacer deporte. Y de la inteligencia artificial me quedo, de momento, con la parte buena. Que no quita que sea como el fuego, que puede hacer arder una casa o calentarte en una cueva. Es una herramienta que tiene sus peligros y sus ventajas. Pero más que la IA –advierte–, lo que me preocupa es la forma de comunicarnos hoy día, y no sólo la de los pequeños. Es acojonante la cantidad de gente muy mayor que está enganchada a las redes sociales. Han sido igual de vulnerables que los jóvenes».

El músico madrileño tiene publicados dos discos bajo El Pescao y cinco como David Otero. ¿Son siete discos o hablamos de dos artistas distintos? «Me encanta poder transformarme de un momento a otro. Del mismo modo que te digo que el paso de El Canto del Loco a mi etapa en solitario fue muy duro, porque es muy difícil adaptar tu vida a otra cosa completamente distinta. Hay muchas cosas que ya no vienen dadas en tu día a día: la venta de entradas, la cantidad de gente que te escucha, la que te ofrece una entrevista, los medios de comunicación… Es un cambio radical. Con El Canto tocaba en estadios y ahora lucho por llenar una sala. Como todo en la vida hay un desgarro y un trauma, por supuesto. Esas son palabras que he usado en terapia para entenderlo. Hay un drama, sí, pero es bonito si se resuelve. La época de ECDL –prosigue– ha sido una superenseñanza, pero la ruptura y la nueva etapa muchísimo más. Ahí es donde de verdad he madurado. Me he puesto a currar y a tratar de entender lo que pasaba, por qué me sentía así, por qué me enfadaba a veces y otras me alegraba… Esos sentimientos que hay dentro de uno hay que trabajarlos». Su naturaleza ha jugado a su favor: «He tenido los pies en el suelo toda mi vida. A nivel social, económico y de comportamiento. Nunca he hecho una tontería. Nunca me he pegado una fiesta ni he acabado borracho y he aparecido haciendo el tonto. Nunca me han pillado en una chorrada ni he tratado mal a nadie, y eso tiene que ver con mis padres. Pero si luego tú no pones en práctica una forma de vivir y te dejas arrastrar… Cuando en el Canto acabábamos una gira, me iba a Perú con una mochila en vez de irme a Miami a una discoteca con una botella de champán. Yo me reía de un artista (sin nombre, no me estoy refiriendo a nadie) que acababa una gira y se iba en una limusina. A mí me apetecían otras cosas. Mis amigos y yo siempre solíamos ir a sitios donde el mundo era real y había gente que no tenía la misma suerte que nosotros. Eso –reflexiona– me ha enriquecido como persona muchísimo, y donde más lo puedo volcar es en mis hijos y en mi mujer. Valorar que estás calentito en tu cama y eres un privilegiado, que tienes dinero en el banco y puedes afrontar una dificultad, más que, por ejemplo, comprarme un Porsche».

Dos miembros de ECDL ya no forman parte de la escena musical; David es un músico indie y Dani es una megaestrella. ¿Para él es un justo desenlace? ¿Era lo previsible, lo esperado? «Es justo. A Dani le doy todo el mérito del mundo. No tenemos relación, lo sabe todo el mundo, no estoy descubriendo América, pero siento admiración por su forma de hacer las cosas y por sus ganas de seguir ahí. Es brutal. Ha sacrificado mucha parte de su vida por llegar donde está, y es que no hay otra manera. Él quería eso y sabía que tenía que sacrificar momentos de su vida, a veces relaciones, a veces cosas que eran importantes para él. Sólo tengo buenas palabras hacia mi primo y buenos recuerdos, y, a pesar de que no tenemos relación, le deseo lo mejor. Tiene un talento increíble». ¿Ve imposible la vuelta de El Canto del Loco? «Sí, creo que es imposible que El Canto vuelva. Y lo ha dicho Dani, además. Hizo una campaña de publicidad diciendo que no volvemos. Cuando alguien pone las cosas tan claras sobre la mesa y lo explica tanto… Pero creo que no hace falta que volvamos, porque las canciones están ahí y la gente las disfruta. ¿Qué me quedo de ECDL? –se toma unos segundos–. Muchas cosas. Mirarnos en el escenario y conectar con una química especial era una parte muy importante de todo lo que pasaba. Las tres noches en Las Ventas, llenar con Hombres G el Calderón… Es como una peli. Lo veo y digo “ostras, ¿eso lo hice yo?”. Pero no soy nostálgico. Estoy en otra época de mi vida y ahora mismo me mueve el corazón. Los llenazos también me lo movían, ojo, pero aún más estar en el estudio creando las canciones. Me pasaba infinitas horas con Nigel [Walker, productor musical] elucubrando sobre cómo iba a sonar nuestro disco, y la fuerza del directo la tenía más Dani».

Tu honda se llamaba Telecaster

Javier Menéndez Flores

Sabes que lo imposible se puede lograr, tú eso ya lo viviste. Hundir la mano en un río, los ojos cerrados, y agarrar un pez. O volar sin otra ayuda que la de una guitarra amplificada, un locurón. Pero qué bueno que esto que llamamos vida no sea algo estático, como una fotografía o una montaña o el adiós definitivo, y que en la noria inagotable de los días quepan el rocanrol de una tormenta y el vals de su reverso. Y entre esos dos extremos, David, resulta que hemos devorado veinticinco años con todos sus días y cada gramo de sus noches, y tú, como cualquiera, lo has hecho lo mejor que has podido, sin empujar ni pisar ni levantar la voz. Tres veces bravo.

Después del ruido y la furia, de ese Big Bang contra toda lógica que fue aquel bramido generacional, se hizo necesaria una coraza con la que enfrentar un mundo nuevo. El Pescao, un traje hecho a la medida de las circunstancias, era un anfibio que iba a su aire y que no tuvo más compañía que la de sus obsesiones. Hacía frío de pronto, David, una rasca que congelaba las ideas. Pero nada que no se resuelva caminando sin detenerse un segundo, trabajando durísimo, porque la inteligencia natural consiste en saltar de las brasas al hielo sin perder el equilibrio ni el norte, con el miedo a cuestas, vale, pero también la determinación del que se ha propuesto encontrar acomodo en el filo.

Y qué vamos a hacer sin Kurt, David, dime, que después de desenchufarse se desenchufó por siempre jamás. Y sé que si te leo unos versos de «Poeta en Nueva York» te puedo romper, porque la Kryptonita aparece en los lugares más insospechados. Menos mal que estaban ahí Rage Against the Machine y ese Tom Morello que ejerció de maestro total sin él saberlo, y hasta la última coma de su predicamento puede apreciarse en la música que creaste con Dani y con la que sentasteis cátedra.

Se pregunta Perales, dolorosamente, ¿y cómo es él?, y tienes que detener el coche en la cuneta porque te ha nacido una mano dentro del pecho que te remueve la vida entera. Y en otro coche anterior en el tiempo nunca dejó de estar el cuerpo entero de Cerati, pero no con su canción animal y su té para tres sino con su crimen y su lago en el cielo (ahí vamos, Gustavo, ahí vamos). Y ya otro día, si te renta, hablamos de Silvio y de cuando, recién estrenada la mayoría de edad, el amor era ir a la contra y le daba un toque intelectual a un muchacho que pudo haber sido picapleitos o controlador aéreo y acabó sumergido en ese universo de hippies y contempladores extremos que es la música, el arte.

Tuviste un primo que era un hermano y un grupo que se veía tan pintón como un yate, pero ahora eres el dueño de la barca de madera más segura del mundo. Y en altamar, en las tripas de un velero llamado libertad, aún es posible vivir en off.

Lo hiciste, David. La vida era un gigante temible y te plantaste ante él con aquella honda de seis cuerdas de nombre Fender Telecaster. Y venciste porque la piedra que lanzasteis acertó de lleno en el corazón de miles de muchachas y muchachos que querían entrar en los garitos con zapatillas y pedían besos a cualquier hora. Mayte y Carlos aún alumbran ese sendero de estrellas y fantasmas. Nada lógico, solamente canciones.

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