De animales grandes y pequeños: una serie ejemplar

De animales grandes y pequeños: una serie ejemplar

Hablo, como el lector habrá adivinado ya, de Todas las criaturas grandes y pequeñas, la serie británica que ha acaparado recientemente una gran audiencia televisiva -la más vista en la historia de Channel 5- y que es un remake de la que apareció ya en 1978.

Como acaso el lector sepa también, está basada en el libro del mismo título de James Herriot, seudónimo de James Alfred Wight, que, poco después de licenciarse como veterinario en su Glasgow natal, empezó a ejercer su profesión en una pequeña localidad de Yorkshire, en el norte de Inglaterra, donde trabajaría toda su vida. Desde su publicación en 1972, se convirtió en uno de los mayores éxitos de ventas en Gran Bretaña y Estados Unidos, con más de 80 millones de ejemplares vendidos, lo que no fue impedimento para que su autor, ajeno a la celebridad, continuara entregado a su vocación.

El fervor lector de que han gozado las memorias del joven veterinario es equiparable al de otro de los grandes títulos de la literatura inglesa de la misma época, Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell, con el que comparte el interés por la naturaleza, el amor a los animales y el fino humor que destilan las divertidas historias que componen el tejido argumental.

Y estas son también las mayores virtudes de la serie que, como antaño el libro, ha merecido el aplauso unánime de los aficionados a este tipo de entretenimientos televisivos. Y merecidísimo. Porque estas historias ambientadas en la campiña inglesa de finales de los años 30 del siglo pasado (la Segunda Guerra Mundial no tardará en oscurecer el horizonte) que tienen como protagonistas a tres veterinarios, un ama de llaves y la hija de uno de los granjeros de la zona ofrecen una mirada amable, tierna y alegre de la existencia humana que es muy de agradecer. Por los valores que de la conducta de los personajes se desprenden: el compañerismo y la amistad, la ilusión y el empeño puestos en el trabajo, la educación y los buenos modales que rigen en todas sus relaciones, la contención de los sentimientos, la paciencia y el coraje con que se afrontan las adversidades (por ejemplo, y de modo particular, el ánimo decidido con que el joven Herriot se sobrepone al recibimiento hostil que se dispensa habitualmente a los advenedizos). También por la belleza del medio rural en que transcurren, que contrasta con la dureza de los trabajos y los días de sus esforzados habitantes, perpetuamente apegados a la naturaleza y los animales, y por ser, en suma, todas ellas y en conjunto, un canto a la vida sencilla que reconforta al espectador y obra en él efectos balsámicos, tan necesarios en este tiempo, y tan recomendables en las horas previas al sueño, que son las que se suelen dedicar a la contemplación de las pantallas.

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