Ética, política y frutas de temporada

Ética, política y frutas de temporada

Es cierto que la política, en el mundo real, trata de cómo acceder al poder y mantenerlo, de cómo controlar las instituciones y cómo legitimar retóricamente los mandatos. Pero algunos seguimos creyendo que todo ello debe tener un fin moral, la búsqueda del bien común, la compleja construcción de un interés general que nunca está predefinido, sino que es fruto de la interacción, la escucha mutua y la deliberación de todas las personas e intereses afectados. Por otra parte, la política tampoco puede basarse en la ciega adhesión a unos valores sacrosantos y en su defensa “aunque perezca el mundo”. Como muy bien resaltó Max Weber, la ética de la política exige responsabilidad; y esta responsabilidad demanda equilibrio, prudencia y, como decía Bernard Crick, la conciliación de intereses divergentes dentro de una determinada unidad de gobierno, otorgándoles una cuota de poder proporcional a su importancia para el bienestar y la supervivencia de toda la comunidad. En esta visión republicana, la política no tiene una esencia, es el mundo que emerge a través de nuestras interacciones respetuosas con los demás (Hannah Arendt). Frente a ello, la visión agonística de la política sigue las máximas de Carl Schmitt, la esencia de la política está en la distinción de amigo y enemigo y, si se elimina esa distinción y el conflicto inherente, la política desaparece, en suma, la política no tiene que someterse a moral alguna. La política queda como el ámbito de la lucha por el poder, guiado por prescripciones egoístas, frente a la ética, el ámbito de los principios puros guiados por imperativos morales, que no afecta a los políticos.

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