La batalla de las Navas de Tolosa, ¿punto de inflexión histórica?

La batalla de las Navas de Tolosa, ¿punto de inflexión histórica?

En 1187 Saladino derrotó al ejército de los Estados Latinos de Tierra Santa en la batalla de los Cuernos de Hattin, un desastre supuso para los cristianos la pérdida de Jerusalén y la práctica desaparición del reino de los cruzados. No es difícil imaginar la conmoción que debió sentirse. Para completar el panorama, ocho años más tarde Alfonso VIII de Castilla era derrotado en Alarcos por un ejército almohade y las perdidas territoriales también fueron sustanciales.

Por toda Europa se extendió sensación de que, hundidas las fronteras orientales de la Cristiandad y a punto de zozobrar las occidentales, el mundo cristiano estaba a merced de sus antagonistas religiosos. Los rumores se dispararon: algunos afirmaban que el excomulgado Juan sin Tierra o los herejes cátaros se habían aliado con los musulmanes. Otros señalaban que el califa almohade se había propuesto invadir Europa, acabar con la Cristiandad, convertir el pórtico de San Pedro en abrevadero y colocar sus banderas sobre la iglesia. Los trovadores reaccionaron instando a los gobernantes cristianos europeos para ayudaran a los monarcas ibéricos.

En una atmósfera tan alarmante la cruzada predicada por el papa Inocencio III, a instancias de Alfonso VIII, encontró un eco extraordinario. Se entiende así que las noticias sobre la victoria alcanzada por el ejército cristiano, el 16 de julio de 1212 en Las Navas de Tolosa, tuviera resonancia por toda Europa.

A la vista también de lo que los contemporáneos creían que se estaban jugando, los cronistas no dudaron en asignarle a aquel acontecimiento una trascendencia histórica de primera magnitud: para algunos no había en toda la historia hispana, incluso en toda la historia de la humanidad, un episodio militar que se le pudiera comparar. Hubo quienes entendieron que la batalla supuso el fin del imperio almohade, el principio del fin de al-Andalus, el comienzo de la ruina del Magreb. Quienes pensaron que era toda la Cristiandad la que había estado en peligro, no dudarían en que la victoria salvó a Europa.

Para el historiador todos estos testimonios son valiosísimos, puesto que los informan sobre la percepción que se tuvo de un determinado acontecimiento en el momento en que este tuvo lugar o en las generaciones inmediatas. Pero el historiador también cuenta con el privilegio de la perspectiva histórica y con el juicio crítico que le permite y le obliga a evaluarlos en su contexto.

Sin duda lo ocurrido fue un acontecimiento bélico e histórico extraordinario: nunca antes se habían puesto en liza tantos recursos económicos, humanos y logísticos; nunca antes se había buscado una batalla como lo hizo Alfonso VIII; nunca antes se había revestido la guerra con tantos y tan intensos discursos cruzadistas y yihadistas. Más aún, las consecuencias territoriales de la victoria fueron sustanciales: Castilla incorporó a su dominio todas las tierras situadas entre el Tajo y Sierra Morena que había estado disputando con los musulmanes durante el último siglo y medio y había adelantado sus fronteras hasta las puertas mismas del valle del Guadalquivir.

Pero, atendiendo estrictamente a lo que las fuentes documentan, no es posible afirmar que la batalla represente ni el final del imperio almohade ni el principio del fin de al-Ándalus. Y mucho menos que el éxito de los tres reyes hispanos libró a Europa de caer bajo domino islámico. Cualquier persona tiene derecho a imaginar lo que hubiera podido ocurrir si el resultado hubiera sido distinto, a entretenerse creando escenarios contrafactuales, a idear argumentos literarios o cinematográficos. Y también será inevitable que los políticos y los opinadores profesionales hagan un uso público, sesgado e interesado de la batalla y conviertan a la carga de los tres reyes en la más genuina expresión de lo que los españoles podemos alcanzar cuando nos unimos en una empresa o en un ejemplo paradigmático de la defensa de la identidad europea frente a la inmigración, por mucho que ni el contexto de principios del siglo XIII ni los hechos concretos se ajusten a este tipo de interpretaciones presentistas.

Pero los historiadores no tenemos derecho a hacerlo: nuestro trabajo está limitado por la información que nos ofrecen las fuentes y por la metodología del análisis histórico. Lo demás puede ser divertido, entretenido o partidista, pero no es Historia. Y es a los principios de la investigación histórica a lo que se ciñe esta obra.

Para saber más:

Las Navas de Tolosa. La batalla del castigo

Desperta Ferra Ediciones

672 páginas

28,95 euros

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