Gran parte de la discusión sobre el auge del acceso tecnológico se enfoca en cómo ha revolucionado la productividad de empresas y gobiernos. Desde generar copias digitales de los patrones de consumo de los supermercados para pronosticar la demanda de productos del mes o utilizar inteligencia digital para ajustar de manera dinámica la señalización en calles y mejorar el flujo del tráfico, a la identificación y monitoreo de gente viviendo en niveles de pobreza. Sin embargo, poco se habla de cómo estas tecnologías pueden revolucionar la educación de niños y niñas cuando el sistema educativo aún carece de la infraestructura escolar y entrenamiento de profesores que ofrezca una educación de calidad.