Mi querida señorita: lo que va de la verdad de 1972 a la farsa de hoy

Mi querida señorita: lo que va de la verdad de 1972 a la farsa de hoy

Esta semana se nos fue, como del rayo, Jaime de Armiñán, el director de cine, guionista, escritor, y tantas otras cosas, una de esas bestias de los años finales del franquismo y los primeros de la Transición, capaces de llevar la cruz de guía y meterse bajo el paso sin grandes presupuestos ni subvenciones y alardear, a la vez, de que era capaz de tratar asuntos que en el momento no solo no aceptaría la censura oficial sino los espectadores de la época si no fuera porque tenía una manera de relatar sin que la herida supurara en el centro de la pantalla. El origen del mundo se quedaba en los márgenes. Cuando se habla de la censura en blanco y negro de la España predemocrática se olvida que en muchos países de nuestro entorno apenas ningún director se atrevía a enseñar depende qué, por eso Armiñán triunfó más allá de España y estuvo a punto de ganar un Oscar con «Mi querida señorita» que le arrebató un compatriota, Buñuel, con «El discreto encanto de la burguesía», que resulta un poco más truño aunque entonces resultara tan «cool». Un gin tonic con ensalada dentro.

La película cumple cincuenta y dos años, era la primera vez que un filme abordaba en España la identidad de género con un López Vázquez, que era una señora en un cuerpo de señor. Y es ahora cuando el «mainstream» del momento, sustentado por Los Javis, capaces de hacer de un desastre personal como La Veneno una heroína y un modelo a seguir, quiere resucitarla como si fuera la primera vez que se aborda este tema tan de moda, que parece mentira que nadie hable de otra cosa que de su orientación sexual y cómo merece ser atendido en la cola del supermercado.

La nueva versión quiere entrar en los «túneles» por donde, dicen, no pudo transitar la película. O sea, que será, supongo, más explícita, y por tanto, mucho más antigua. Porque lo que fue transgresión de aquella manera hoy no sorprende a los niños de la ESO a quienes, si se encarta, se empuja a transitar por túneles peores de los que en ocasiones no se puede regresar.

Aquella película buena y valiente, con un López Vázquez lejos de sus papeles en calzoncillos o de pareja discoteca de Gracita Morales, fue en realidad una verdad que se afeitaba ante el espejo en lugar de una sombra a lo caverna de Platón. «Mi querida señorita» está fresca en su cara de acelga amarga medio siglo después, pero intuyo que las versiones que vendrán envejecerán tan pronto cambie la letra de la generación que esté por venir. Armiñán era de la A y ahora todo es Z.

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