Petro le declara la guerra al Congreso tras el naufragio de su reforma estrella

Petro le declara la guerra al Congreso tras el naufragio de su reforma estrella

A Gustavo Petro le entusiasmó la llegada al poder de Pedro Castillo en Perú. Su historia bien podría ser un cuento de Julio Ramón Ribeyro: un profesor de primaria, hijo de unos agricultores esclavizados que el general Juan Velasco Alvarado liberó y que se crió en un pueblo de los Andes a más de 4.000 metros de altura, comienza a dar mítines en plazas de lugares remotos y poco a poco va generando un enardecimiento a su alrededor que lo catapulta a la Casa de Pizarro, la residencia presidencial peruana. Se sienta en un despacho con un escritorio de caoba y bustos de héroes nacionales a su alrededor, aunque se siente incómodo y extraño. Echa de menos ordeñar las vacas y alimentar con maíz a las gallinas. Trata de gobernar, pero todas sus propuestas chocan contra el Congreso. Ni siquiera le aprueban viajar al extranjero. Poco a poco se va envenenando con la idea de que los poderes fácticos le ponen la zancadilla a un hombre humilde como él. Llega el día en que entra en erupción. En una alocución televisiva declara un estado de excepción y ordena disolver la cámara. Se trata de un suicidio político porque no le apoyan los militares, ni los empresarios, ni la gente. Está solo. En las siguientes horas lo detienen y lo encarcelan, y allí está ahora encerrado, en un penal al que su hermano le lleva bolsas de comida para que cocine en un pequeño hornillo.

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