Ruanda conmemora el 30 aniversario del último genocidio del siglo XX

Ruanda conmemora el 30 aniversario del último genocidio del siglo XX

Ruanda conmemora este domingo el 30 aniversario del último genocidio del siglo XX. Una masacre en la que cerca de 800.000 personas fueron asesinadas a manos de extremistas de etnia hutu respaldados por el Gobierno. El país africano sigue lidiando tres décadas después con el oscuro legado de las matanzas cometidas sobre la minoría tutsi y los hutus moderados. «Hoy nuestros corazones están llenos de duelo y gratitud en igual medida. Recordamos a nuestros muertos y estamos también agradecidos por aquello en lo que Ruanda se ha convertido», expresó el presidente ruandés, Paul Kagame, en su discurso en el estadio cubierto BK Arena de la capital, Kigali.

Hasta allí acudieron miles de personas y una decena de jefes de Estado y de Gobierno para rememorar un exterminio que comenzó el 7 de abril de 1994 como consecuencia del asesinato el día anterior de los presidentes de Ruanda, Juvénal Habyarimana, y Burundi, Cyprien Ntaryamira, cuando el avión en el que viajaban fue derribado sobre Kigali. Ambos eran hutus. Las autoridades atribuyeron la autoría a los rebeldes tutsis del Frente Patriótico Ruandés (FPR, por sus siglas), fundado por el actual presidente Kagame, contra los que venía librando una guerra desde principios de los años 90. Y así, en cuestión de tres meses, en apenas cien días, el Gobierno, el Ejército, las milicias juveniles conocidas como Interahamwe y hutus corrientes masacraron, torturaron, violaron y mutilaron de forma sistemática a miles de personas de etnia tutsi, entre ellos niños. Algunos hutus moderados que intentaron proteger a los miembros de esta comunidad minoritaria también fueron masacrados. El resultado: una de las peores matanzas étnicas de la historia reciente de la humanidad.

Las autoridades ruandesas responsabilizaron –y responsabilizan hoy– a la comunidad internacional por haber ignorado las advertencias sobre lo que estaba sucediendo, y algunos líderes occidentales han pedido disculpas. «Esos soldados [los cascos azules de la ONU desplegados en Ruanda] no fallaron a Ruanda. Fue la comunidad internacional quien nos falló a todos ya sea por indiferencia o por cobardía», remarcó en este sentido el propio Kagame durante la ceremonia, a la que asistió, entre otros, el presidente del Consejo Europeo, el belga Charles Michel, cuyo país, antigua metrópoli, dividió a la población por etiquetas étnicas durante su dominio colonial, privilegiando a los tutsis frente al 85 % de la población hutu, lo que se tradujo en décadas de odio que desembocaron en la masacre. «Soy belga, soy europeo. Estamos aquí treinta años después y sé lo que mi continente, Europa, debe a vuestro continente, África. Conozco la historia con sus raíces, con sus grandezas, también conozco la historia con sus vergüenzas. Por eso, el Gobierno belga pidió perdón en el año 2000», recordó Michel.

La composición étnica de Ruanda sigue siendo prácticamente la misma desde 1994, con mayoría hutu. Los tutsis representan el 14 % y los twa apenas el 1 % de los 14 millones de ruandeses. El Gobierno de Kagame, controlado por los tutsis, ha prohibido cualquier forma de organización étnica como parte de sus esfuerzos por construir una identidad ruandesa uniforme. De hecho, los documentos nacionales de identidad ya no catalogan los ciudadanos por grupos étnicos. Además, las autoridades impusieron un duro código penal para procesar a los sospechosos de negar el genocidio o la «ideología» que lo sustenta. Algunos observadores afirman, sin embargo, que la ley se ha utilizado para silenciar a los críticos que cuestionan las políticas del Gobierno.

El expresidente de Estados Unidos, Bill Clinton, presente también este domingo en Kigali, admitió tras dejar el cargo que el genocidio de Ruanda fue uno de los grandes fracasos de su Administración. Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, confesó el jueves que Francia y sus aliados podrían haber detenido la masacre, pero les faltó voluntad para hacerlo. El inquilino del Elíseo ya reconoció tres años atrás la «abrumadora responsabilidad» de París, el socio europeo más próximo a Kigali. «Tenemos una deuda con los supervivientes que os encontráis entre nosotros. Os pedimos hacer lo imposible, llevando sobre vuestros hombros el peso de la unidad y la reconciliación, y seguís haciéndolo cada día», remarcó Kagame, alabado por muchos por aportar una relativa estabilidad, especialmente en las cancillerías occidentales, pero vilipendiado por otros por su intolerancia con la disidencia.

Kagame, que creció como refugiado en la vecina Uganda, ha sido el gobernante de facto de Ruanda, primero como vicepresidente de 1994 a 2000, y luego como presidente en funciones. Fue elegido por primera vez en 2003, y desde entonces ha sido reelegido en numerosas ocasiones. El pasado mes de julio, ganó sus últimos comicios con cerca del 99 % de los votos en un proceso plagado de irregularidades.

En estos 30 años, Ruanda ha experimentado un fuerte crecimiento económico. Pero las cicatrices permanecen y existen serias dudas sobre si se ha logrado una verdadera reconciliación bajo el Gobierno de Kagame, cuyo movimiento rebelde, el Frente Patriótico Ruandés, detuvo el genocidio y tomó el poder. Las organizaciones en defensa de los derechos humanos han acusado a los soldados de Kagame de llevar a cabo algunas matanzas durante y después del genocidio, pero las autoridades consideran que las acusaciones son un intento de reescribir la historia. El presidente ruandés ha dicho varias veces que sus fuerzas mostraron «moderación» ante el genocidio.

Los expertos señalan que el autoritario Kagame ha creado un clima de miedo que desalienta el debate abierto y libre de los asuntos nacionales. Los críticos han acusado al Gobierno de obligar a los opositores a huir, encarcelarlos o hacerlos desaparecer, mientras otros son asesinados en misteriosas circunstancias. Los rivales políticos más sólidos de Kagame son precisamente sus antiguos compañeros de filas tutsis que ahora viven en el exilio.

Naphtal Ahishakiye, responsable de Ibuka, un destacado grupo de supervivientes, declaró a la agencia de noticias Associated Press que mantener vivo el recuerdo del genocidio ayuda a combatir la mentalidad que permitió a los vecinos enfrentarse entre sí. Tres décadas después, siguen descubriéndose fosas comunes en Ruanda, un recordatorio de la magnitud de la matanza. «Es el momento de aprender qué ocurrió, por qué ocurrió, cuáles son las consecuencias del genocidio para nosotros como supervivientes del genocidio, para nuestro país y para la comunidad internacional», afirmó Ahishakiye, que contaba a AP que su país ha recorrido un largo camino desde la década de 1990, cuando solo los supervivientes y los funcionarios del Gobierno participaban en los actos conmemorativos. «Pero hoy vienen a participar incluso familiares de los perpetradores».

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