Sábado, día de la Virgen María

Sábado, día de la Virgen María

Llega el Sábado Santo, día de transición entre el Domingo de Resurrección de mañana, –con su vigilia previa de esta noche– y los dramáticos días del Jueves y el Viernes Santo, vividos como una tragedia inexplicable por los discípulos de Jesucristo. Ellos consideraban imposible que su Maestro, el Mesías esperado, auténtico Hijo de Dios, acabara de aquella manera tan terrible e ignominiosa, azotado, vejado y crucificado junto a dos ladrones. Tras ser descendido de la Cruz fue amortajado rápidamente –pues iba a comenzar la Pascua judía del Sabbat– y colocado en un sepulcro sin utilizar, perteneciente al sanedrita José de Arimatea. Discípulo oculto del Señor igual que Nicodemo, obtuvo del gobernador de Judea, Poncio Pilatos, hacerse con el cuerpo de Jesús y enterrarlo. Así pasaron aquel sábado los 11 discípulos –ya sin Judas Iscariote, desesperado y suicidado ahorcado– temerosos de que los mismos que habían conseguido la condena a muerte de Jesucristo, fueran a por ellos para condenarles también. Fue un día de temor, tristeza, dolor, incomprensión y desengaño ante lo sucedido.

Los Evangelios no narran cómo vivió esa jornada la Virgen María, que había
acompañado a Su Hijo hasta el pie de la
Cruz, su muerte y su descendimiento y
entierro. No es difícil imaginar el terrible
dolor que experimentaría como singular
acompañante suya, en aquellos días de
Su Pasión redentora. El silencio sería el
principal acompañante de su sufrimiento y dolor en aquellas horas, meditando el sentido de lo vivido, a la luz de su
gran fe. Los Evangelios narran cuando, y
cómo, en la madrugada del Domingo, las
santas mujeres se acercaron al sepulcro
con intención de acabar de amortajar el
cuerpo del Señor y cómo se les apareció Él, resucitado y sin reconocerle. No
consta que la primera persona a la que
se apareciera fuera a su madre, pero hay
no poca corriente de creencia entre los
fi eles acerca de que sin duda así ocurrió.
María Magdalena es la primera persona
según refieren los evangelistas a quien
se le apareció resucitado, aquella madrugada del día del Señor, y que junto a
sus acompañantes recibió el encargo de
anunciárselo a los temerosos discípulos
reunidos y escondidos en el Cenáculo
con las puertas cerradas y vigiladas. Pero
aunque no lo recojan los evangelios ni
ningún otro texto de la Sagrada Escritura,
la devoción y piedad popular mantienen la firme convicción de que sin duda
así debió ser. La Iglesia, considerando
el silencio y dolor de su Madre en esa
jornada, aconseja el sábado como el día
especialmente dedicado a acompañar a
la Virgen María.

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