Sánchez intenta cerrar el debate sucesorio en el PSOE

Sánchez intenta cerrar el debate sucesorio en el PSOE

Pedro Sánchez sigue intentando llenar el vacío comunicativo y de discurso que han dejado sus cinco días de apagón comunicativo. El presidente del Gobierno ha pasado del silencio absoluto a una locuacidad inusitada para despejar la incertidumbre que sembró su periodo de reflexión, consciente de que la comparecencia que ofreció el lunes en el Palacio de la Moncloa –en la que confirmó que continuaría al frente del Ejecutivo– no aportó la base suficiente para sustentar tamaño ejercicio de irresponsabilidad. En el entorno del presidente defienden que detrás de su vocación de poner al país a pensar hay una «gran causa nacional» para avanzar en la regeneración democrática pendiente con desafíos acuciantes como la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) o el peligro de la desinformación. Sin embargo y pese a los esfuerzos por intentar vestir políticamente el último giro de guion del presidente, las consecuencias de su movimiento son más profundas de lo que cabía esperar. Incluso para él.

En el seno del PSOE continúa el desconcierto. Si tal como publicaba ayer este diario hay dirigentes que cuestionan que esta vez se ha ido «demasiado lejos», tensionando sobremanera a un partido que hasta ahora no había mostrado síntomas de debilidad ni fisuras con su líder, los pronunciamientos públicos de Sánchez en las últimas horas tampoco hacen que se aplaque esta sensación de vértigo. El presidente calificó el lunes en TVE como «cinco días muy gratificantes» las angustiosas horas en las que su partido contuvo el aliento ante el riesgo cierto de quedar descabezado. Sánchez se refería a las muestras de apoyo recibidas, obviando el temor que recorría las federaciones socialistas, y llegó a reconocer también que «indirectamente buscaba una reacción de la ciudadanía». Además, aseguró que tomó la decisión de seguir en el cargo durante la madrugada del sábado, tras la movilización en las puertas de Ferraz, pero apuró el plazo hasta el lunes a primera hora de la mañana para comunicárselo a su núcleo duro y, posteriormente, a todos los españoles.

Por ello, lejos de verse reforzado, la riesgosa maniobra de amagar con dimitir y marcharse ha puesto de relieve las costuras del hiperliderazgo de Sánchez en el PSOE y la falta de alternativa. En el partido se asomaron por unas horas al abismo de una salida que les dejaba sin secretario general y planteaba un escenario de disolución de las Cortes sin un candidato claro al que presentar a las elecciones. Todo fueron especulaciones, pero con un presidente que no emitía ninguna señal tranquilizadora, lo suficientemente fundadas como para abrir abrupta e improvisadamente el debate sucesorio.

Desde que recuperó las riendas del PSOE en 2017, Sánchez ha mantenido un férreo control del partido y, salvo voces discrepantes minoritarias, no hay ninguna corriente con el peso suficiente para plantar batalla. Tampoco hay un candidato llamado a sucederle, porque hasta el pasado miércoles su liderazgo no estaba en discusión. Y ha sido precisamente el propio presidente, quien ha abierto ese melón. También tomando nota de quienes por unas horas comenzaron a moverse en esa clave sucesoria.

La etapa postSánchez comenzó el miércoles y consciente de la trascendencia interna de su finta, el presidente del Gobierno aprovechó ayer su intervención en la cadena Ser para trasladar un mensaje de continuidad. El líder socialista obvió entonces lo «gratificante» de las muestras de apoyo del fin de semana y se enfocó en desvelar lo duros que han sido los últimos días. «Lo he pasado muy mal, he dormido poco y he comido menos», aseguró.

En este punto y con la intención de zanjar el debate sucesorio que él mismo ha propiciado, Sánchez aseveró que se ve con la «fuerza necesaria, el empuje y el apoyo necesario como para afrontar uno de los debates esenciales de todo demócrata, y es cómo defender la democracia en el siglo XXI, ante el auge de una ola reaccionaria que quiere imponer su agenda regresiva mediante la destrucción del adversario y no mediante el convencimiento de las bondades de sus propuestas políticas». Es más, dice sentirse «con ánimo para estos tres años y lo que quieran los españoles con su voto». «Desde luego, si los españoles y mi partido quieren que continúe siendo el responsable y el líder del Partido Socialista, mientras yo tenga ganas, convicciones e ideas de transformación para mi país lo voy a hacer», añadió. Esto es, de plantearse dimitir el miércoles a encontrarse en disposición de aguantar otros siete años más –los tres que restan, más otra legislatura– en el poder. El inconveniente es que el líder rocoso ha mostrado su vulnerabilidad y ha proyectado un escenario en el que él no esté al frente del partido. Ese momento llegará y ya hay quienes toman posiciones para cuando ocurra.

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