Nadie cuenta ya con el escándalo en Cannes. Hace tiempo que el festival de cine más importante del mundo no es escenario para las grandes polémicas. Cuando se roza alguna –fue el caso del director danés Lars Von Trier, quien en 2011, mientras presentaba Melancolía, declaró entender a Hitler en tono zumbón: “No es lo que llamaríamos un buen tipo, pero simpatizo un poco con él”–, el asunto suele resolverse con unos titulares de tamaño medio y unas cuantas ediciones en barbecho. Ni siquiera provocadores profesionales como Gaspar Noé tienen ya gran cosa que hacer en el paseo de la Croisette.