Se nos amontonan las señales del apocalipsis. Son ya tantas, que la bronca española cotidiana, enardecida por las campañas vasca y catalana, suena banal, casi de patio de colegio. Entre el segundo advenimiento de Trump, las dos guerras que se desbordan y lo que te rondaré, los profetas del apocalipsis andan haciendo horas extras y con síndrome de burnout. Cuesta elegir un síntoma de acabamiento que dé la medida profunda del derrumbe.