Vértigo y veneno

Vértigo y veneno

El ritmo: lo primero es el ritmo. Un político debe pilotar a ojo para intentar hacerse con una opinión pública fluida e inasible, y para ello la nueva política se ha instalado en un estado de excepción permanente que busca captar la atención con mecanismos narrativos propios de la novela, del cine, de las series: para esa folletinización lo esencial es el ritmo, a juicio del escritor Christian Salmon. Lo segundo es evitar un tono de plaga de úlceras. Ritmo y tono son fundamentales para contar historias con hechizo en la política contemporánea; muy de vez en cuando, los más dotados se permiten incluso la tentación del vértigo. Paul Auster contaba en una novela una historia sobre el vértigo en el discurso de investidura de Kennedy, un día borrascoso de enero de 1961. Justo antes de Kennedy, el poeta Robert Frost estaba listo para hablar ante la multitud. El viento arremetió con una súbita embestida cuando llegaba al atril y le arrebató sus hojas manuscritas. Frost se rehízo y recitó de memoria, convirtiendo lo que podía haber sido un desastre en un triunfo. Ahí asoma el vértigo: Kennedy aprovechó ese arrebato para cuajar un discurso formidable. Después vendría la crisis de los misiles, Vietnam, el magnicidio. Auster lo relata con maestría: “Parecía que el mundo estaba a punto de acabarse, pero no se acabó”.

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