Al final de la escapada

Al final de la escapada

Lo primero es que no es serio parar el país para ver qué hago. Tan improcedente como insólito. Si uno está pensando en dimitir, y es lógico que así sea con la que está cayendo, se consulta con la almohada y con alguna persona de confianza, y cuando la decisión está tomada, se comunica y listo. Así hizo Suárez y el ministro Antonio Asunción, por ejemplo, sin necesidad de poner a la nación en la tensión de estar ante un horizonte de incertidumbre más allá de la inestabilidad política. La economía lo va a sentir, y por supuesto el nombre de España a nivel internacional. Aunque lo importante es que, de aquí al lunes, el Gobierno y las administraciones van a estar en off, y el país no se merece que su presidente le lleve a esta parálisis por motivos estrictamente personales. Por errores propios, habría que añadir. Seguir en la línea marcada de culpar a la derecha de todo cuanto sucede no es más que insistir en el error que le ha llevado a la actual situación. Un error que consiste en huir hacia adelante esquivando el problema, levantando cortinas de humo o inventando viajes innecesarios alrededor del mundo mundial. Si desde el primer día en que apareció la primera noticia sobre las actividades empresariales de Begoña Gómez, se hubiera dado una explicación, se hubiesen aportado razones y documentos, igual la situación ahora era otra. Salvo que el fondo sea tan inexplicable, o tan injustificable, que no haya manera de aclararlo. Sólo lo que no tiene explicación no se puede explicar. Y cuando la respuesta es ninguna, la especulación crece y la bola rueda y ésta se hace grande y se retroalimenta con nuevas y continuas noticias. A cuál de ellas más inquietante. No se trata de entrar aquí en la enumeración de ellas, pues todas son sobradamente conocidas. El problema fundamental estriba en que no ha habido respuestas, ni una sola durante semanas, y España se merece que el presidente del Gobierno aclare dudas y haga un ejercicio fundamental de transparencia. Porque por mucho que se acuse de todo el mal a la derecha y a la ultra-ultra derecha, la realidad es que quienes han aportado informaciones, noticias y documentos, nada tienen que ver con la lucha política y sí mucho con la función fundamental de auscultar al poder, se llame éste como se llame. En eso consiste también la democracia, por mucho que no se quiera ver.

En segundo lugar, esto huele a operación. Tal vez se trata de incitar a que los propios le aclamen, a que los socios le aprieten para mantenerse en el cargo pase lo que pase. Una salida a lo Felipe, cuando se fue para volver más fuerte, renunciando al marxismo. Conociendo al presidente, nada de eso extrañaría. O igual es que ha llegado a la convicción de que, hombre, tanta contorsión no merece la pena. Cambiar cada día de opinión, decir blanco donde ayer era negro, abrazarse a quienes bien sabemos que sólo buscan la destrucción de España, tiene un punto de hastío natural, que sólo quienes carecen de alma lo pueden aguantar. Aunque la situación límite a que se llega no es responsabilidad de la gente que le increpa en la calle ni de los diputados de la oposición que ejercen su labor fiscalizadora. La responsabilidad es de quien decidió formar un gobierno imposible, inasumible, injustificable, incluso contra el criterio de los propios. La huida hacia adelante nunca ha sido una buena decisión a la hora de solventar problemas. Llega un momento en que no quedan sitios donde ir. Y entonces, al final de la escapada, ya solo queda dimitir. O amagar con ello, que es otra forma de seguir huyendo. A ninguna parte.

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