Domesticar a Irán

Domesticar a Irán

Irán cambió el pasado 13 de abril las reglas del juego en Oriente Medio y sacó a la luz la guerra en la sombra que libra con Israel desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979. El extraño equilibrio trazado por las dos potencias regionales que les había permitido librar sus diferencias en otros campos de batalla con el fin de evitar una conflagración mayor se quebró el sábado con la andanada de misiles y drones lanzada por el régimen de los ayatolás contra el territorio israelí. «Hemos despertado en un nuevo paradigma», resumió el «think tank» Chatham House. Es la primera vez que un país de Oriente Medio actúa directamente contra Israel desde que Sadam Husein (Irak) lo atacó con misiles Scud durante la guerra del Golfo en 1991.

El bombardeo se lanzó en represalia por un presunto ataque quirúrgico israelí contra el consulado iraní en Damasco en el que murieron siete miembros de la Guardia Revolucionaria, entre ellos, dos altos cargos. Irán parece haber abandonado la tradicional doctrina de «paciencia estratégica» con la que renunciaba a responder abiertamente a Israel y, en su lugar, recurría a las milicias amigas regionales como Hizbulá en Líbano o los hutíes en Yemen, o a bombardeos indirectos como el de a una base del Mosad en el Kurdistán iraquí.

La ofensiva, aunque estuvo teledirigida, fue diseñada para apabullar a la “cúpula de hierro” israelí y causar el mayor daño posible. La tormenta de 350 drones, misiles crucero y balísticos bautizada como «Promesa verdadera» pretendía restablecer el poder de disuasión de Irán frente a Israel y dejar claro que el líder supremo iraní, Alí Jamenei, ya no va de farol y hay que tomar muy en serio sus amenazas. Sin embargo, la ofensiva resultó un fracaso y podría convertirse en uno de los mayores errores de cálculo de los mulás. De los 170 drones llegaron al espacio aéreo israelí, cinco. Los 30 misiles de crucero fueron derribados antes de traspasar las fronteras del Estado hebreo y la mayoría de los 120 proyectiles balísticos fueron destruidos por los sistemas de defensa antiaérea israelíes, apoyados por Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Jordania, según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).

De la participación de los países árabes suníes en la contención de Irán se puede decir que el fracaso no fue sólo militar sino también diplomático. Irán se había posicionado como uno de los principales ganadores de la devastadora guerra en Gaza. La cifra espantosa de palestinos muertos durante los seis meses del conflicto había deteriorado el apoyo de la comunidad internacional hacía Israel, que parecía cada vez más aislado.

Sin embargo, la rabia balística de Irán ha vuelto a cambiar las tornas en una región tan volátil como Oriente Medio. Nadie en Occidente, salvo algún verso suelto como Pedro Sánchez, se atreverá a defender ahora el embargo de armas a Israel. Pese a las diferencias evidentes en Gaza, las potencias suníes lideradas por Arabia Saudí no parece que vayan a tolerar una hegemonía chií de Irán. Dar lecciones a Israel sobre cómo debe responder no parece razonable. Ningún país dejaría un ataque de esa magnitud sin tomar represalias. Como reiteró en estas páginas la embajadora israelí, Rodica Radian-Gordon, Israel no está interesado en una escalada. Teherán ha abierto la caja de los truenos y debe sufrir las consecuencias.

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