Jersón se defiende de las bombas mientras lucha contra los colaboradores y los bulos de Moscú

Jersón se defiende de las bombas mientras lucha contra los colaboradores y los bulos de Moscú

Dice un proverbio ruso que “la guerra es la guerra, pero la comida siempre a tiempo”. Es la una de la tarde en Jersón y, por primera vez en todo el día, los obuses del Kremlin, situados en la orilla sur ocupada de la desembocadura del Dniéper, han dejado de disparar sobre la ciudad, a menos de un kilómetro, en la ribera opuesta liberada por Ucrania. Las escasísimas personas que se ven por la calle —aquí solo quedan 50.000 de sus 300.000 habitantes— salen de sus agujeros y aparecen con cuentagotas bajo las pérgolas de las paradas de autobús. Al pasar por espacios abiertos, como el principal parque de la ciudad, corren para evitar los disparos de los francotiradores. Ni un solo edificio está intacto y casi todos los negocios están cerrados. Jersón es un infierno en el que el pellejo siempre está en juego. Por eso, todo el que puede permitírselo, se ha ido ya.

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