Pedro Rocha se presentó en el juzgado brillante y juncal, con su mejor traje, la barbilla alta y una sonrisa irónica, y salió fingiendo que mantenía una conversación telefónica de alto interés… hasta que el móvil sonó, denunciando la superchería. Fue el retrato perfecto de una situación ridícula en torno a un hombre ridículo.