Ha sido la crónica de una muerte anunciada. Desde el primer momento se intuía que Carmen Borrego iba a durar muy poco en el reality de “Supervivientes”. Su escaso interés en realizar las pruebas, esos ataques de ansiedad, su confusión al pensar que la isla sería un complejo turístico de relax, ignorar sus carencias… Todo eso se ha vuelto en su contra y buena parte de la audiencia califica su paso por Honduras como “una tomadura de pelo”.
Le cegó la oferta recibida, dicen que diecisiete mil euros semanales, y priorizó el dinero a sus nulas posibilidades de triunfo. Y que su hermana Terelu la considere “el alma del concurso”, o que su esposo José Carlos le diga que está orgulloso de su comportamiento hondureño, causan una cierta hilaridad. La familia se une para arroparla en su fracasado paso por la isla.
Cuando la Borrego regrese a España, cosa que ocurrirá este domingo, se enterará de la separación matrimonial de su hijo José María y su hasta ahora esposa, Paola. Suegra y nuera nunca se llevaron bien, y en el fondo a la hija menor de María Teresa Campos le hubiera gustado otro tipo de mujer para su vástago. No quiero decir con esto que vaya a alegrarse de la ruptura, pero tampoco llorará de pena por ello.
En definitiva, que Carmen está recibiendo más críticas que alabanzas por su efímero trasiego en la isla, más marcado por sus inseguridades que por sus logros. Y más de uno de sus compañeros ya se ha quejado del trato que la productora del programa ha tenido con ella a pesar de sus arrebatos, sus amenazas de abandono desde el minuto uno y su negativa a someterse a las mismas pruebas que el resto concursantes. Porque no es la única que ha sufrido ataques de ansiedad, como ejemplo el de Pedro García Aguado. A la una la mandan a casita y al otro le niegan el pan y la sal.
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