Dos guerras se entrecruzan en Malí. Por un lado, la insurgencia yihadista que desde el centro del país irradia a prácticamente todas las regiones; por el otro, el conflicto del norte entre las Fuerzas Armadas y los grupos rebeldes tuaregs, que conoció un periodo de precaria paz entre 2015 y 2023 y que el año pasado volvió a activarse tras la ruptura de los acuerdos de Argel. Ambos se sufren sin apenas testigos internacionales, prohibida la presencia de medios de comunicación y expulsada Naciones Unidas, pero sus ecos llegan a través de quienes huyen. En el último año, unas 75.000 personas cruzaron la frontera hacia Mauritania, un país pobre que los acoge pero que no puede, por sí solo, atender sus necesidades básicas.