La revelación de una verdad eterna

La revelación de una verdad eterna

La oscuridad había envuelto los corazones de los discípulos; la incertidumbre nublaba su visión. Desconcertados, luchaban por comprender los relatos de un sepulcro vacío. En ese laberinto de dudas, una presencia irrumpe con una serenidad deslumbradora: “Paz a vosotros”. No es un fantasma, sino Jesús, resucitado, tangible, real. El evangelio de hoy no es una crónica de un evento pasado. Es la revelación de una verdad eterna y un mandato imperativo que trasciende el tiempo. Leamos y meditemos:

«En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”.

Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.

Él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies.

Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo que comer?”.

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

Y les dijo: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse”.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.

Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”.» (Lucas 24,35-48)

En un mundo que dice sostenerse en afirmaciones razonables, pero que tiende a dar tumbos por su incredulidad, este relato nos enfrenta a nuestras propias incertidumbres. Al mostrar sus manos y pies llagados, Cristo no solo nos ofrece pruebas de su sacrificio y resurrección, sino que nos invita a una fe que va más allá del intelecto. La pregunta desafiante es: ¿Nos atrevemos a creer, no solo buscando razones, sino adhiriéndonos con todo nuestro ser al Resucitado?

Cristo no se detiene en aplacar dudas. Su intención es abrir nuestras mentes a un entendimiento más profundo de las Escrituras, revelando que la resurrección no es un epílogo, sino el preludio a una comprensión más amplia del misterio de Dios y el del ser humano. ¿Estamos dispuestos a permitir que Él expanda nuestra comprensión de las tales verdades?

El relato evangélico de hoy nos mueve a la acción, un desafío a ser testigos de estas verdades y a proclamar el arrepentimiento y el perdón de los pecados en nombre de Dios. Este mandato trasciende generaciones y nos interpela directamente: ¿Cómo estamos respondiendo a él? La tarea de testificar la realidad de la resurrección, con nuestras palabras y vidas, no es exclusiva de los primeros discípulos, sino que recae también sobre nosotros.

Démonos cuenta: el cristianismo no es una creencia abstracta, sino una realidad viviente. La resurrección de Jesús reconfigura nuestra comprensión del mundo, de la vida, y de la eternidad.

El interrogante que este pasaje plantea al núcleo de nuestra existencia es si vivimos como resucitados, si nuestra vida refleja la esperanza y la transformación que emanan de esa tumba vacía. En un contexto ansioso por esperanza, nuestro testimonio puede ser el consuelo que muchas almas ansían.

Jesús, el resucitado, no permanece en el pasado; su presencia se extiende a través de nosotros, llamándonos a ser portadores de su mensaje de amor y redención. ¿Estamos listos para responder a ello?

Dispongámonos a trascender nuestras dudas, a vivir con desde la fuerza de la resurrección de Cristo. Encarnemos las maravillas de su amor, proclamando con audacia el perdón y la esperanza que solo él puede brindar. Que nuestras acciones y palabras reflejen un amor que vence a la muerte, esa fuerza divina capaz de transformarlo todo.

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