“Puedo recogerte en la estación de metro. O esperarte junto a la biblioteca”, ofrece por correo electrónico. En Forest Hill, al sureste de Londres, la piscina pública oculta una casita de ladrillo. Es la biblioteca. A un lado, Lizzy Stewart (Plymouth, 36 años) agita la mano y sonríe tímidamente. Explica que una ONG recuperó la biblioteca cuando el Gobierno la cerró por falta de medios. Alquilan mesas de trabajo. Aclara que estamos solas porque los otros tres ilustradores, que pagan 170 libras al mes por una mesa (“para Londres es barato”), le han dejado intimidad para hacer la entrevista. Ofrece té y galletas. Es escueta hablando. Pero gesticula, como si las muecas fueran dibujos que completan lo que dice.