Una deuda de lealtad hacia Francisco Rico

Una deuda de lealtad hacia Francisco Rico

Los alumnos de Filología Hispánica, por siempre, estarán en deuda con[[LINK:TAG|||tag|||63361b3b1e757a32c790c73d||| Francisco Rico]], uno de esos profesores, investigadores, historiadores –que es como le gustaba definirse más a sí mismo, más que como filólogo– de la vieja escuela; esto es, del tiempo en que los conocimientos y la erudición eran un tesoro preciado para entender el ancho mundo, pasado y presente, y el mundo de las letras. En el siglo XX, estuvo al mando de una colección de la editorial Crítica que recorría, en enormes volúmenes y con la participación de numerosos hispanistas, nuestra historia de la literatura, desde la Edad Media hasta la poesía de la Transición. En ese contexto editorial, Rico, maestro y referente de tantas generaciones de estudiantes, surgía por ejemplo, en 1980, en el último capítulo del tomo 1 de aquella «Historia y crítica de la literatura española» dirigida por Rico, un deseo de Alan Deyermond, responsable de aquel volumen dedicado a la Edad Media, que en el 2005 se convirtió en realidad.

Así, este estudioso señalaba la necesidad de una «edición crítica de la “Tragicomedia” con un completo aparato de variantes, así como también nuevos estudios sobre los primeros textos impresos». Y he aquí que tal cosa, la “Celestina” de Fernando de Rojas, se hizo realidad por medio de un trabajo descomunal de aparataje filológico, logrando con ello una impresionante edición de una obra que muchos investigadores han contemplado como la primera novela europea, a pesar de su disposición dialogada y de otras particularidades que le confieren absoluta independencia estética y argumental en su época: la del ocaso del espíritu medieval y el acercamiento humanístico del Renacimiento. Y para obtener una visión erudita y diáfana de ello, bastaba leer el texto preliminar de Rico, «La realidad y el estilo (el humanismo de “La Celestina”)», una verdadera lección magistral que nos hablaba ampliamente de la esencia del relato desde sus elementos adyacentes: contexto histórico y entorno cultural.

Rico veía otro hito en su carrera del que todo el orbe hispano ha salido beneficiado, en paralelo a su medio siglo como profesor de literatura en la Universidad Autónoma de Barcelona. Hablaba de Rojas, y eso era la excusa para enmarcar el origen de esta obra en Petrarca, otra de sus grandes especialidades, un autor que hace unas semanas ha protagonizado su última obra, en la editorial Arpa. Y casi se puede decir de este fumador empedernido y hombre muy crítico con la actualidad cultural –a sus ojos el pueblo español estaba desalfabetizado– lo que él decía de Rojas y del otro autor anónimo que escribieron la famosa historia de Calisto y Melibea: que había aprendido los preceptos de los «studia humanitatis» pero sin llegar a ser de ningún modo humanistas, en el sentido de tener un carácter exclusivo y pedante; muy al contrario, serían «francotiradores excéntricos a cualquier “establishment”, enterados e incluso deudores de las tácticas y las estrategias de los demás, pero resueltos a hacer la guerra exclusivamente por su cuenta y riesgo».

Quijotes y lazarillos

Rico hizo su trabajo investigativo de este modo, liderando un sinfín de proyectos de historicidad literaria, uno magno de entre todos, todos mayúsculos, que fue su ediciones del “Quijote” y del “Lazarillo”; por algo será recordado por ser uno de los que más supo del Renacimiento y de la llamada literatura picaresca. Hoy, probablemente el número de estudiantes de Filología Hispánica ha descendido, y que el tiempo de las grandes y continuas lecturas que formaban el acerbo intelectual de las nuevas promociones de alumnos, ya ha pasado, pero si hay algún interesado en entrar en la personalidad e intereses de Francisco Rico, sus libros hablarán por él, lo recordarán mejor que nadie y nada. Y es muy fácil hacerlo, pues el profesor donó su colección a la Biblioteca de Humanidades de la referida universidad.

Lope de Vega o Mateo Alemán, con las ediciones respectivas de “Guzmán de Alfarache” (1967 y 1983) y “El caballero de Olmedo” (1984); o joyas de su andadura escrita como “La novela picaresca y el punto de vista” (1970), “Nebrija frente a los bárbaros” (1978), “El sueño del humanismo” (1993), “Tiempos del “Quijote” (2012) o “El primer siglo de la literatura española” (2022) son su biografía, su excelsa dedicación a la sabiduría y a la divulgación de las obras que nos abren la puerta a infinitas formas de pensamiento, belleza, conocimiento, arte y humanidad. Había entrado en la Academia de la Lengua el 4 de junio de 1987 con el discurso titulado “Lázaro de Tormes y el lugar de la novela”, y le respondió, en nombre de la corporación, otro de esos otros filólogos que tanta falta hacen ahora y siempre, Fernando Lázaro Carreter, que tan preocupado estaba por el uso que del lenguaje hacían los españoles.

Con la muerte de Rico, en cierta forma, muere todo un campo que no se reconoce lo suficiente, ni siquiera en el ámbito hispánico –no digamos desde terrenos anglosajones–, el Siglo de Oro, el clímax de la literatura de todos los tiempos. En torno a todo ello, cómo no agradecerle, estando en deuda con él, que dirigiera la colección Biblioteca Clásica de la [[LINK:TAG|||tag|||633615701e757a32c790bc78|||Real Academia Española, ]]que incluyó, entre sus 111 títulos, las obras completas de [[LINK:TAG|||tag|||63361bfbecd56e3616932988|||Miguel de Cervantes]], que fueron presentadas en 2019 ante los reyes de España. En la editorial Acantilado, en 2022, publicó, por cierto, “Una larga lealtad. Filólogos y afines”, todo un homenajes a personas a las que profesó admiración. Y esta misma es la que hoy le debemos.

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