Volver al principio

Volver al principio

Al salir de la administración de lotería, donde había comprado un décimo, me esperaba una señora que acababa de adquirir otro. Me propuso que los intercambiáramos “para confundir al azar”. Me lo dijo en voz baja, claro, casi al oído, para que el azar no se enterara. Me pareció bien, de modo que ella se quedó con mi número y yo con el suyo. De camino a casa, y obsesionado con la idea esta de engañar al futuro, elegí la calle paralela a aquella por la que vuelvo de forma habitual para ver qué pasaba o dejaba de pasar al alterar mi itinerario. No se me escapó que, al tomar aquella decisión, me desdoblaba, de manera que una versión invisible de mí siguió la ruta de siempre.

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