Crítica de “Monkey Man”: y Dios se hizo gorila ★★

Crítica de “Monkey Man”: y Dios se hizo gorila ★★

“Monkey Man” coquetea con la mitología hindú, iniciando su relato con la historia de Hanuman, el dios mono que representa la fuerza, la rectitud y la devoción a lo sagrado, y utilizando la sabiduría ancestral de un hijra (la comunidad transgénero en la India) para abrir del todo las heridas del pasado de nuestro héroe con una raíz alucinógena (la alucinación, qué pena, es un simple flashback), pero lo cierto es que Dev Patel la reduce a una cuestión de color local, un truco decorativo para distinguirse de sus modelos, especialmente de la saga “John Wick”. A sus políticos despiadados y a sus policías corruptos los encontramos en Mumbai (aquí bajo el nombre ficticio de Yatana) como podríamos escupirles en Nueva York o Gotham City.

“Monkey Man” cuenta la típica historia de venganza que, desde los tiempos de Bruce Lee hasta los de Liam Neeson, ha atravesado los códigos de honor del cine de acción. En su debut como director, Dev Patel interpreta a un boxeador que, embutido en su máscara de gorila, se deja machacar cada noche en un ring clandestino por unas pocas rupias. Entre K.O y K.O, está urdiendo un plan para infiltrarse como lavaplatos en un hotel y acabar con los que incendiaron su infancia. Nada más sabemos de él, aunque Patel cree que eso es suficiente para que su héroe tenga más profundidad emocional que los que interpretaba en su época Van Damme o Chuck Norris. Convertirlo en una abstracción no sería un problema si la película lo asumiera con más sentido del humor, pero la ironía brilla por su ausencia.

Entonces, solo quedan las secuencias de acción. Una de las virtudes de “John Wick” y sus secuelas era el virtuosismo coreográfico de la planificación de tiroteos, persecuciones y luchas cuerpo a cuerpo. Chad Stahelski aprendió de John Woo que la claridad es mejor consejera que la aceleración, algo que Dev Patel no parece haber entendido. El montaje no tiene ningún sentido espacial, con lo que la acción se desborda en una sucesión frenética de cortes que entretienen, pero no sitúan, la mirada. Ahí permanecen restos, ráfagas fugaces de un cineasta que podría parecerse a Takashi Miike -ese cuchillo rematado con la boca en la garganta del rival- si aprendiera a reírse un poco más de sí mismo.

Lo mejor:

Ciertos hallazgos visuales en las escenas de acción nos hacen albergar esperanzas en el futuro de Dev Patel como director.

Lo peor:

Su falta de sentido del humor y un montaje que atomiza el sentido espacial de la puesta en escena.

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