El cartelista madrileño que llenó las calles de leyendas del cine

El cartelista madrileño que llenó las calles de leyendas del cine

A la altura de los tobillos de Rita Hayworth, mientras la actriz pelirroja nos mira desafiante con su cigarrillo de boquilla en una mano y una chaqueta en la otra, encontramos una firma en mayúsculas: JANO. Los españoles de los años cuarenta, cincuenta o sesenta que acudían en masa al cine para estar lo más cerca posible de aquellas estrellas, lo hacían con un «cebo» previo: el cartel de la película. Aquellos pósters tenían que sintetizar en 100 x 70 centímetros todo lo que el espectador podía encontrar al pagar su entrada. Y en el caso de «Gilda» (1946), la figura de aquella mujer transmitía sensualidad, atractivo, osadía, aventura… y, por supuesto, estaba Rita. En esta tesitura, pocos se preguntaban quién era el autor de aquel dibujo.

Si vamos a los clásicos, el de «Gilda» fue sólo uno más de sus trabajos. Clark Gable, Ava Gardner y Grace Kelly en «Mogambo» (1953); Marilyn Monroe en «Luces de candilejas» (1953); Sophia Loren en «Pan, amor y…» (1955); John Wayne en «Centauros del desierto» (1956)… Alfredo Landa dijo en una ocasión que se reconocía más en una de sus caricaturas que mirándose al espejo. Todos ellos fueron retratados por el madrileño Francisco Fernández-Zarza Pérez (1902-1992), Jano, desde su estudio en la calle Bordadores. Una vasta obra que, hasta el próximo 15 de septiembre, puede verse en el Complejo el Águila (Ramírez de Prado, 3), en el distrito de Arganzuela. Y si bien los carteles cinematográficos son su obra más reconocible –y, por motivos obvios, la más vista–, la exposición recoge su trabajo en otros campos como la publicidad, la propaganda, el cómic, las caricaturas o las ilustraciones para libros.

Nacido en el Barrio de las Letras, el pequeño Francisco pronto se empapó de un ambiente en el que lo artístico, lo literario y lo teatral no le eran ajenos. Su padre era jefe de máquinas del Teatro de la Comedia, situado –entonces y también a día de hoy– en la calle Príncipe. Una enorme variedad de espectáculos pasaron ante sus ojos. Y también personalidades culturales de la talla de Jacinto Benavente o Ramón María del Valle-Inclán, con aquellas barbas infinitas que tanto llamaban la atención a los niños.

Sin embargo, más que el teatro, fueron los tebeos y los cuentos ilustrados su primera «escuela artística», como destaca en el catálogo de la exposición Víctor Zarza, comisario de la misma e hijo de Jano. Los cuentos «Pinocho y «Las aventuras maravillosas de Pipo y Pipa»; los tebeos «Pocholo», «Mickey» y «Pichi»; las novelas protagonizadas por Bill Barnes, Doc Savage, La Sombra, Pete Rice o Dick Turpin –«sus portadas a color le fascinaban»–… Pero también estaban las revistas de cine. Entre sus actores favoritos se encontraban Clark Gable, James Cagney, Wallace Beery y Boris Karloff, que supusieron sus primeros retratos cinematográficos. De hecho, la exposición muestra el retrato que, con quince años, dedicó a Gary Cooper.

El estallido de la Guerra Civil acabó de curtir su talento. Madrid era zona republicana. Era época de contienda y, por tanto, de propaganda. Fue entonces cuando Francisco se convirtió en Jano. Un pseudónimo que, según explica Víctor Zarza, puede deberse a su admiración por José Bardasano, cartelista integrado en la Sección de Artes Plásticas de las Juventudes Socialistas Unificadas. De hecho, la firma siempre se remataba con un punto, como ocurría en el caso de Bardasano. En todo caso, de acuerdo al comisario, se trata sólo de una hipótesis.

Acabada ya la guerra, en 1943, Jano se integró en el estudio de dibujantes dirigido por Adolfo López Rubio, que trabajaba para editoriales madrileñas como Rialto y Marisal. Supuso su entrada al mundo del cómic, participando, entre otras series, en la de «Ginesito», tira basada en un personaje real, Ginés Gallego, un actor infantil conocido popularmente como «Satanás» y, pese a su apodo, muy popular entre los niños españoles de posguerra.

Fue también entonces cuando Jano dio sus primeros pasos profesionales en el cine. Gracias a un retrato del actor y cantante mexicano Jorge Negrete, comenzó a colaborar con la distribuidora cinematográfica Hispano Mexicana Films. Todavía no eran los carteles con los que se haría célebre: clichés de prensa, dibujos para guías publicitarias –los «press-books»– y para listas de material, los programas de mano que se entregaban a los espectadores…

Fue precisamente con una película de Negrete, un fenómeno social que golpeó poderosamente a la España de entonces, cuando se produjo su estreno como cartelista: «¡Ay Jalisco no te rajes!» (1941). Un trabajo en el que ya se advierte su gusto por la caricatura.

Como explica Víctor Zarza, el procedimiento de entonces para elaborar los carteles era el «gouache» sobre papel. El papel solía montarse en un tablero, reforzado con un bastidor para darle consistencia, si bien después se trabajaría colocándolo directamente en la pared del estudio. Mientras, la idea elegida se trasladaba al soporte definitivo con ayuda de una cuadrícula, al igual que se hacía con las fotos que servían de referencia. Más adelante, esta práctica se sustituiría por el uso de un «proyector de opacos» y, cuando la entrada del sistema offset permitió que los originales no tuvieran que ser de idénticas dimensiones que el material impreso, se usaba una caja de luz para pasar el boceto o las fotografías al soporte mediante calco.

Ahora bien, ¿cuál era la inspiración de Jano a la hora de elegir los motivos del cartel? El material de partida más común era una sinopsis argumental, así como varias fotografías de rodaje en blanco y negro. El artista planteaba varias alternativas, siendo la distribuidora la que elegiría.

El distribuidor, lógicamente, quería en primer lugar que rostros como los de Clark Gable, Ava Gardner o Grace Kelly fueran reconocibles. Ellos eran el reclamo. Sin embargo, algunos trabajos de Jano, más experimentales, constituyen hoy pequeñas obras maestras de la cartelería. Es el caso de su trabajo para «Surcos» (1951), filme de José Antonio Nieves-Conde y, por lo general, una de las películas que suele estar en los rankings de las mejores en la historia del cine español. En ese cartel vemos a una familia campesina emigrando a Madrid, donde espera prosperar, pero sin ser consciente de ese «gigante» que amenaza con devorarlos. Jano estaba especialmente orgulloso de este trabajo; recordaba que estuvo cerca de ganar un certamen internacional de afiches celebrado en Cannes.

Fue a raíz de estos éxitos cuando empezó a contar con su propio equipo de colaboradores. Algunos de los grandes éxitos del cine español pasaron por sus manos. Entre ellos, «Atraco a las tres» (1962), posiblemente la mejor parodia jamás realizada en España, y «La ciudad no es para mí» (1965), el inicio del reinado de Paco Martínez Soria en las taquillas.

Los cines madrileños no eran las únicas salas beneficiadas por su talento. A medida que fue siendo más solicitado, la industria teatral también quería contar con aquellos atractivos dibujos. Así, llamaron a su puerta actores-empresarios como Antonio Garisa o Guadalupe Muñoz Sampedro, o autores como Juan José Alonso Millán. No faltaba tampoco la muy popular «revista» musical. Entre otros trabajos, ilustró piezas de Tony Leblanc, amigo suyo desde la infancia, y, posteriormente, de Lina Morgan, como «El último tranvía» (1987). En cuanto al mundo del circo, fueron miles los niños que tiraban del brazo de sus padres para que les llevaran al Atlas o al Price, después de ver aquellos carteles que prometían emociones inolvidables.

Todo esto es lo que sucedía entre bambalinas. Sin embargo, la exposición del Complejo El Águila no olvida el enorme cariño de Jano por Madrid, con El Rastro y la Cuesta de Moyano como sus dos rincones favoritos debido a su pasión por las antigüedades. Porteras, organilleros, serenos, barquilleros, churreros… Todos ellos retratados con la misma ternura que el artista obró para acercarnos a las leyendas del cine.

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