El día después

El día después

Hace un par de semanas, vi el monólogo con el que el cómico egipcioestadounidense Ramy Youssef empezó Saturday Night Live. Cuando estaba a punto de acabar, dijo que rezaba a Dios “para que detenga la violencia” y “libere al pueblo de Palestina”, y el público rompió a aplaudir. Como soy un israelí lleno de hastío, diagnostiqué que los miembros de la entusiasta multitud eran neoyorquinos progresistas y propalestinos. Ahora, un segundo después, Youssef dijo que también rezaba por la liberación de todos los rehenes y el público reaccionó con un aplauso igual de fuerte. Entonces comprendí que, a diferencia de lo que veo en las redes sociales, donde hay una clara división entre quienes aman a Israel y quienes lo odian, la gente es, en su mayor parte, muy humana: cuando ve a una joven israelí aterrorizada mientras la llevan a rastras a Gaza, quiere que la liberen; cuando ve a una familia palestina hambrienta y acurrucada bajo una tienda improvisada, llorando a sus muertos, quiere que deje de sufrir. Ya sé que muchos se apresurarán a explicar que no se puede comparar el sufrimiento palestino con el sufrimiento israelí, o el sufrimiento israelí con el sufrimiento palestino, y que la culpa es de un bando, mientras que el otro no ha tenido más remedio. Pero, más allá de todas las explicaciones y los razonamientos, por apasionados que sean, hay una verdad esencial: el sufrimiento es siempre sufrimiento y es humano desear que termine cuanto antes.

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