España, irrelevante en la crisis iraní

España, irrelevante en la crisis iraní

El Gobierno español no ha contado como actor directo en la crisis internacional desatada por el ataque iraní contra Israel. Ni nuestros representantes diplomáticos y militares han participado en las rondas de consulta abiertas por Estados Unidos ni, por supuesto, en la convocatoria del G-7 hecha por la primera ministra italiana, Giorgia Meloni. Es más, el jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, tuvo que rectificar una primera respuesta oficial, en la que no condenaba la ofensiva indiscriminada del régimen de Teherán, posición que dejaba aislada a España entre sus aliados europeos y de la que Israel, a través de uno de sus ministros, tomó rápidamente nota.

Por no mencionar que, mientras, la vicepresidenta Yolanda Díaz insistía en acusar de genocida a Tel Aviv, exponiendo a la luz pública una inverosímil brecha en la política exterior de un gobierno occidental, miembro de la OTAN.

Una vez más, la realidad se corresponde muy poco con el relato que difunden los propagandistas de La Moncloa de un liderazgo internacional encarnado por Pedro Sánchez, autoerigido en singular interlocutor entre la Unión Europea y el mundo árabe. Desafortunadamente, España representa un papel irrelevante en la actual crisis de Oriente Próximo, más allá del afán declarativo de su gobierno respecto al reconocimiento del Estado palestino, objetivo para el que apenas ha conseguido reclutar a un pelotón de países sin el suficiente peso para que la comunidad internacional lo tenga en cuenta.

Quedan lejos los tiempos de la Conferencia de Madrid (1991) y de los Acuerdos de Oslo (1993) en los que nuestro país, bajo el gobierno de Felipe González, tuvo un papel relevante en el intento de resolución del conflicto árabe-israelí. Y todo ello, cuando el presidente Sánchez llevaba a cabo una gira internacional, vendida a la opinión pública española por los portavoces gubernamentales con tintes de trascendencia mundial. Desde luego, no nos gustaría estar en el papel de José Manuel Albares, el máximo representante de la política exterior de España, teniendo que salir, una vez más, al quite de las precipitadas declaraciones de La Moncloa o tratando de impedir que la líder del populismo neocomunista, socio en el Ejecutivo, se vaya a hacer activismo a la franja de Gaza.

Es cierto que la percepción de la mayor o menor influencia exterior de España no forma parte de las preocupaciones fundamentales de sus ciudadanos, lo que, a nuestro juicio, es un error, y que la fijación de los objetivos está muy condicionada por los prejuicios ideológicos de una izquierda que parece anclada en el imaginario de la Guerra Fría y que se niega a reforzar los medios de Defensa en medio de un mundo convulsionado por la violencia. Convendría mirar a Marruecos, nuestro vecino del sur, y aprender de su política exterior, que moderniza sus Fuerzas Armadas libre de esos prejuicios y solo está atenta a sus intereses nacionales.

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